jueves, 5 de noviembre de 2009

Princesa Tlanextli

La historia ORIGINAL de la princesa Tlanextli no ha sido publicada aquí. Esa historia no es más que la leyenda de la Llorona, el nombre de la mujer indígena que asesina a sus hijos luego de la triación de su esposo gachupín. Lo que para algunos es la Cihuacóatl, para otros es este personaje.

Esta historia, en cambio, surgió inspirada al observar el tráfico de las personas que llegaban a este blog. (Gracias a todos ellos por su visita) Me di cuenta que muchos llegaron buscando en Google a "Princesa Tlanextli". Entonces, inventé una historia para aquellos que deseen leer una princesa Tlanextli completamente diferente a la leyenda antigua...

Tlanextli es palabra náhuatl y significa "luz"

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Recorre brincando sobre la punta de sus pies, cual teporingo en el accidentado valle, con esa gracia y misma ternura, el pasillo de su colorido palacio. La tarde muere en destellos color naranja, el griterío de aves que inunda con su alegría los jardines que se observan por los perfectos arcos que sostienen su casa. La princesa, ataviada con un huipil con bordados de flores, sonríe y se ríe a cada brinquito. Deja que la despedida de las aves al Padre Sol, sea también de bienvenida, para ella, al espacio donde las flores y el olor de tierra, se hace uno solo cuando la moja la lluvia.

Es la princesa Tlanextli. Su figura escapa a cualquier descripción humana, pero no por que no lo sea. Es bella, sí. Es joven quizás. No importa. Su físico, en realidad, es lo de menos. Dentro de ella, una sangre preciosa corre, sangre de mujer que sueña, que vive con intensidad cada segundo de su existencia. Con esto, ¿qué importa el físico? ¿Qué importa develar su imagen, oculta tras el halo de luz de jade?

Eso mismo piensa la princesa, que observa su reflejo en la pequeña fuente, al centro del jardín. Sobre ella, las nubes se deslizan cual cortinas de incienso, formando con sus figuras los sueños de las primeras estrellas. Cristales de colores que se reflejan entre ellos, se colorean, se guiñen con sus destellos. Cristales que hace eco al huehuétl, a la caracola que, aunque se escucha muy lejos, estremece los sentidos de la princesa. Los sueños, es decir, los cristales, despliegan su contenido en la fuente, mostrándose a la princesa, honrados por su presencia.

Ella ve entonces una sinfonía de flautas, silbatos, tambores y sonajas. Los danzantes giran en remolinos de plumas de colores, alrededor de un árbol de cuyas ramas cuelgan frutas preciosas, de luz. Luego, la imagen cambia y se ve cómo hombre y mujeres golpeados por la mano dura de la élite, se levanta de su cueva, antorcha encendida, iluminando el camino hacia un espacio más limpio. El conquistador al fin es conquistado y la tierra de los abuelos se alza sobre la ruina y su luz es todo su esplendor. La imagen vuelve a cambiar y ahora ve cómo las piedras, lanzas y escudos, se desmoronan entre los dedos de niños. Caen al suelo como semillitas luminosas y brotan de la tierra hermosas flores que vuelan al cielo, como papalotes, entonando himnos a lo bello.

Y se suceden, uno tras otro, los sueños de las estrellas. Y a cada uno que se muestra, su lucero se apaga, hasta que la noche cae con toda su negrura, y el reflejo sólo muestra el brillo de los ojos de la princesa. El silencio es total y la princesa sabe que es hora de depositar su sueño. Toca con la yema de sus dedos el agua tranquila y ante sus ojos, aparece su deseo. Un ave que canta a toda la humanidad, los deseos y sueños de las estrellas. El mensaje de perfecta armonía con Ometéotl que se expande a los sueños de los hombres que duermen sobre la bendita tierra nahua. Luego, como en un suspiro, la princesa Tlanextli se disuelve y sube al cielo, con sus hermanas. Muriendo para que su mensaje toque al menos el corazón de alguien que esté dispuesto a escucharlo.

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