jueves, 14 de julio de 2011

Tú y tu luna

A cada segundo q muere
por cada gota de lluvia q se esfuma,
que se pierde en la penumbra,
que resbala por el cristal,
ahí, estabas tú y tu luna.

Cada soplo perdido
entre rocas del monte, y la niebla,
apenas movida, cristalizando sueños
fríos, perdidos, muy queridos,
ahí, escondida, estabas tú y tu luna.

Cada trino de ave escondida
entre árboles de frutos exóticos,
entre hojas que perfuman el bosque
cansado de tanto descansar,
el silencio escandaloso de la tranquilidad,
ahí, etérea, estabas tú y tu luna.

Ahí detrás de mi cama,
debajo y sobre de ella
entre sábanas, ropa sucia
llena de tu aroma y notas escritas
con tu mano tibia,
ahí entre una recámara oreada,
mojada de lágrimas y colonia,
estabas tú y tu luna.

En el pasillo y la cocina,
en la sala y las escaleras
en la calle, apestada de estiércol y smog,
el mostruoso sonido de la ciudad,
ahí, maldita sea, estabas tú y tu luna.

En la noche, sin luz y sin estrellas,
bajo el mar habitado por oscuras bestias,
en 64bits y dos mil megas,
en Francia, India, Nicaragua y Argelia
estabas ahí, tú, tú y tu luna.

Y al final... en esta caja fúnebre,
entre sollozos suicidas y misas estúpidas,
entre el absurdo recurso de olvidarte por siempre
y desterrar cada gota de sangre que nunca sudaste
ahí, triste ironía, estabas tú y tu luna
acompañando mi suerte,
hasta la misma muerte.

viernes, 1 de julio de 2011

Waiting in the rain

No dejaba de llover y esperaba. Bajo la lluvia, viento, impávido, esperaba. En algún punto distante de la carretera sabría que vendría a verle. Sabía que tomaría de nuevo su mano. Estrecharía de nuevo aquel cuerpo frío por tanto mojarse, de tanto sufrir el azote del gélido viento. Tocaría nuevamente ése rostro por donde varias veces corrieron lágrimas, muchas secadas por la mano mismo de quien esperaba. Aventuraría un beso en aquella frente, en aquellas manos, en ésos labios que se habían perdido en una memoria confusa, ávida de ellos, pero que había olvidado su forma y sabor. Esperaba.

Bajos sus pies, encogidos de frío en sus zapatos, corría como un pequeño río la lluvia que se perdería en las alcantarillas de la ciudad. Por su espalda corría una grosera gotera, de agua mugrosa y negra, más fría que la inclemente lluvia, pero esperaba. Se había prometido no moverse, hasta que viera aparecer su figura, moviendo los brazos con la sonrisa de siempre, soltando la risa armoniosa que, en el silencio, arrullaba y hacía pensar en sueños cálidos y suaves. Se había prometido permanecer casi como una roca, soplando de rabia ante los automóviles que le salpicaban, escupiendo el lodo que se tragaba, limpiando con el dorso de su mano la mirada húmeda de lágrimas suyas y del cielo.

El sol parecía ocultarse tras esa maraña de nubes grises, empujadas por el viento a regañadientes. La pálida luz del farol zumbó con pereza sobre su cabeza y la lluvia, poco a poco, empezó a ceder. Los últimos trazos del dios de las lluvias agonizaron con dulzura, como notas musicales al final de una magna obra. El murmullo de los automóviles sustituyó al rumor de la lluvia y del cabello cayó la última gota, como un recordatorio de lo que se escapaba para siempre.

Entonces abrió una sombrilla y partió a su casa.

Nunca llegó. Nunca volvió a esperar.

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