miércoles, 11 de diciembre de 2013

Tonantzin



No. Devoto no soy. La necesidad de honrar a quien considero parte de la definición de México no tiene una intención milagrosa, un reconocimiento a mis herejías en detrimento al canon católico. Sin embargo, es una sincera llamada. Una inspiración inesperada. Machetazos furiosos en la selva que buscan el camino de lo divino. No sé. 

Una petición a las alturas. Un llamado de auxilio. Una ofrenda. 

No para mí.

I

Noche. -Siempre es la noche.-
En tu rostro moreno buscaba la respuesta
a las cuatrocientas preguntas
que los tuyos, Madre, me habían negado.
No sé qué pasó entonces
que preferí honrarte, Tonantzin,
con la lengua y arte que te dio actual molde.

II

No. Sí sé:
puedo soportar el silencio divino
en mis intranscendentales dudas:
tu origen, tu propósito,
el silencio que gritas
a mi voz que te llama...

¿Pero ella, Madre?
¿Lo conoces? Ella ama más tu manto
que mi herética hambre.
Sí, esa hambre oscura que te niega
y a veces se burla.
Ella no.

Sí, seguro la conoces:
odia la lluvia
y quiere en sus brazos blanca lanura;
en sus sueños, Universidad,
y suaves dulces devora, lo sabes, con felicidad.

III

Es un ángel. Me ha confesado
dos o tres secretos. ¿Te acuerdas?
Dime porqué no respondes, Madre.
Explícame el silencio.
Ése cuando, doliente, a mi costa pido cures
sus lágrimas, su pena,
oscura carga, feroces cadenas;
eso que le estorba, eso que quiere olvidar
si, al morir la tarde, me lo cuenta.

IV

Sí. Amor.

V

Entenderás que ya es tarde.
Sabrás, Madre morena, que no hay vuelta atrás.
Lo comprendes.
Alguien nos dijo, que tiempo atrás, fue tu Hijo.
¿Qué virtud hay en quien ama
si por amor no puede su alma ofrendar?

VI

A tus pies, la negra luna,
el cupido indefenso,
el indio, el criollo,
la Nación tan necesitada de tu alivio.
El blasfemo yo.

VII

No lo dudes.
¿Sería digno de amor
cantar entre dientes
falso clamor?

VIII

Que nuestro Padre,
el que está en todos lados,
el que todo lo ve,
el que tiene nuestra cuenta en sus manos,
sea en ti siempre, Tonantzin.

Te saludo.
Saludo tus divinos ojos,
los que miran las llagas de tus hijos.
Saludo tus morenas manos,
puente entre el Padre y sus devotos.
Saludo tu manto color jade,
color de la casa de los dioses.
Saludo al sol que te corona,
calor que a los hombres asombra y arropa.
Saludo tu nombre indígena,
lengua que canta,
lengua de alegría,
lengua que saludó primero a la lengua castilla.
Te saludo, Nonantzin:
hoy mía,
in xóchitl, in cuícatl;
in quetzalli,
in técpatl.
Nonantzin, te saludo.
Luna morena, virgo divina.

IX

Me distrae el frío.
¿Llegó a tu silencio
mi triste gemido?
Cuéntame.
Dime si allá, lejos,
una ventana se abrió curiosa
y dejó pasar el susurro de la luna con las cortinas.

Dime.
Convénceme.
Que en ella amanecerán los últimos suspiros de mi fe.

martes, 10 de diciembre de 2013

16 de Dráonat de 3419 DCT

Däsderf miraba con nostalgia hacia el norte. La última de las pequeñas embarcaciones que en el lago navegaban, se perdía entre los ríos ocultos del Bosque Gris. El árbol que plantaran durante de la Primera Gran Guerra, como un símbolo de esperanza, mostraba sus galas de invierno: un tronco de pristísmo blanco con frágiles hojas transparentes, como de cristal. El sol se ocultaba acariciando la superficie del agua. Un cielo naranja despedía, triste, a las últimas aves que migraban, como un suspiro olvidado, a tierras más cálidas.

Parecía que había regresado a un instante olvidado por el tiempo mismo, un momento que los otros, que habían sido él, dejaron para que el que hoy era, pudiese armar los pedazos que para ese entonces, ya estuviesen regados, insostenibles en un sueño que siempre fue ella. Un auxilio. Algo. El ritmo de una canción inaudible que tocara las notas perfectas para, al fin, poder llorar en paz.

Quizá había que cerrar los ojos.

Asimiló el silencio después de unos minutos.

¿Dónde estabas, Elwïng? Aquella noche, un lunes que llovimos por dentro, muy dentro, imaginando lo que pasaría si los cuentos de hadas fueran reales y yo gastara mi último deseo en algo sencillo, hermosamente simple como recorrer a ciegas el camino hasta tu casa. ¿Dónde estabas sino conmigo, no allá, lejana, ausente, injusta? No. Injusta no. No quiero que sepas de eso. Estábamos juntos. No importa lo que se diga.

Juntos. Me acompañabas en la soledad. Te acompañaba en tu doloroso compromiso. En tu miedo.

Miedo. Llanto. Juguete tóxico. No. Quizá sí estábamos solos. Inútil era el esfuerzo que el corazón hacía, fingiendo un día normal, pausado, cálido. Hacía frío. Llovimos por dentro. Miraba la imagen que me regalaste y me preguntaba. Y llovía. “Es el amor el tiempo que pasamos juntos.” Y llovía.

Lejana. Ausente. Fui ahí cuando, por vez primera, dudé.

Que tu llanto fuera una farsa. Que tu miedo un engaño.

Y llovía. Fue mi blasfemia un insulto a tu recuerdo, que sostenía en mis frágiles dedos. A tu compañía ausente. Llovía. Llovía tanto por dentro, que se dibujaron dos marcas secas, como arrugas, un infértil campo estéril. ¿Cómo? ¿Cómo dudar? Hombre idiota, ¿tú, dudas? ¿Tú, inútil recurso poético, quien sentenció, antes, la total confianza, la luminosidad de aquel lucero?

Y llovía.

“Es el amor el tiempo que pasamos juntos.”

Pero, ausente, estabas. Y llovía, llovía tanto. Limpió mi ofensa la bofetada furiosa. Cayó la noche. Murió el día. El paso lento me llevó aún más lejos, a otra noche en un hogar frío, donde el punto cardinal que te sitúa lo definen las luces de una ciudad lejana, estridente. Lejana. Ausente.

Al filo de la medianoche, llegó tu flor. Cielo despejado.

¿Dónde sino aquí, Elwïng, estabas?

Abrió los ojos. Tomó la flor que a su lado yacía y besándola, se alejó del reflejo lunar en aquellas aguas quietas, que lo escuchaban. Las estrellas nadaban a su alrededor. Allá, muy lejos, una campana cantaba por doceava vez.


En la ciudad lejana, ella sintió el beso. 

martes, 3 de diciembre de 2013

Receta para soñar contigo

Busco en cada rincón
un pretexto para recordarte:
mariposas blancas, la luna,
alguna flor que se oculte de la lluvia,
una canción, dos libros, el arte
que la noche esconde, si me desvelo, recordándote.

A cada instante brota un anhelo:
el sabor de un abrazo,
el calor de un beso,
el silencio luego,
cuando sólo existe el instante eterno,
amor acaso, verdadero sueño.

-Una espina, cerrar los ojos:
a dormir.
Ojalá fuera bello el morir
cuando estás lejos, pero estás ahí.-

A cada instante asaltas el pensamiento
como la luz que traspasa los párpados cerrados:
rompes el ritmo ilógico,
los añejos daños;
guía de marinos,
estrella,
mi mapa sigue tu estela.

Buscándote, mi corazón
inflamado se inventa
alas; alcanza
nubes de suspiros
estampadas: allá te besa,

y allá, estrella, te abraza.

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