martes, 22 de julio de 2014

Inexorable derrota



1
minúsculo

las grandes historias siguen atrapadas
en las páginas de un libro que no es mío;
es una imaginación que se erosiona
de tantas batallas imaginadas
donde la sangre es el precio justo de la épica victoria


2

esta historia ya la había vivido

es un samasara sarcástico


3

la ilusión derrotada:
la noción irreal que he forjado para entretenerme
es un despojo desnudo de una verdad paradójica
donde se premia al injusto,
se ensalza al miserable,
se corona el miedo con laureles podridos,
se escapa el consuelo
a uno de tantos espejos de job


4

te amé tanto
que no repetí
metáforas pasadas
que te compraran
con ayeres ya insaboros

te amé tanto
que callaba
mis versos
siempre indignos
para tu más ligera sombra


5

me libero de ti


6

en verdad, esta máscara alegre se caía desde el principio

esto que ves, oscuro y frío, soy yo:
un pasado que nadie recuerda

nunca fui el optimismo
nunca fui la energía
nunca fui la palabra precisa
nunca fui el consuelo


7

demasiado tarde me di cuenta
que soy de ésos a los que les está negado el paraíso:
para qué intentar
si ya sabemos que no hay nada dentro dentro de esta cáscara
que se disfrazó ingenuamente
cuando quería florecer;
nada tras esta cortina roída,
nadie ante la gran orquesta
que presumiblemente tendría que tocar


8

me libero de ti

serás la sombra de una llama
que ardía con insoportable terneza

adiós
adiós

mármol serán tus mejillas,
un epitafio tu sutil sonrisa

adiós,
Musa

adiós


lunes, 14 de julio de 2014

Danke schön, Brasilien!



América para los alemanes


Weltmeister! ! El himno alemán suena con notable orgullo en ese espacio abstracto que llamamos “el futbol”, sustantivo que siente, que enamora, que tiene vida propia y que asesinan algunas selecciones cuyos jugadores, dicen, “hacen llorar al balón”. Rico en metáforas es el juego en sí y ricas, muy ricas, las arcas de quienes lo ven no como un poema verde y bruto, sino como la jugosa inversión que a veces condenamos, pero de la que muchas veces mamamos. Pero de eso no se habla aquí, aunque el hecho de hablar del Mundial confirma que, en efecto, giramos inevitablemente en el mundo del capitalismo satanizado y no a nuestro pesar. Tanto nos gusta el sistema que todos, sin excepción, deseamos tener dinero y darnos, ocasionalmente, lujos que realmente no necesitamos.


Nein, nein! De esto no se habla aquí. Aquí se entona la Deutchslandlied, el Himno Alemán: Blüh' im Glanze dieses Glückes, blühe, deutsches Vaterland! Alemania presume desde el domingo cuatro estrellas en su escudo, hazaña que sólo Italia y Brasil han conseguido desde que la Copa del Mundo iniciara en Uruguay, año de 1930. Los germanos, desplegando un futbol exquisito, hicieron válido el corolario de aquel inglés que decía que siempre ganaban los alemanes. Su rival, Argentina, jugando lo que acá conocemos como un juego “ratonero” es decir: un futbol a momentos conformista y poco vistoso, dio con todo y todo un par de bofetadas importantes que pudieron tumbarle los dientes a la casi perfecta máquina alemana. Al final se hizo justicia: ganó el mejor futbol. Argentina entendía la necesidad de no lanzarse alegremente al ataque, pero pecó en un par de ocasiones de mala puntería y en otras, la defensa alemana operó con la precisión digna de cirujano. La nación en cuyo nombre está la plata llevó el juego a tiempos extras y, con un Messi nulificado, decidió apostar por la siempre insoportable tanda de penales. Pero el equipo de Joachim Löw quería acabar pronto. Casi no le sale. Tuvieron que pasar 113 minutos para que, tras un pase de André Schürrle, Mario Götze cruzara al arquero argentino y el grito de Tooor!! estremeciera a Bach, Bethoveen y Wagner juntos. Alemania levantaba la Copa.



América entera lloraba.

No, no es cierto. Brasil festejaba, asumo, con algo de síndrome de Estocolmo. El desprecio futbolístico entre Argentina y Brasil es de gente grande. No se me ocurre otro, salvo el de México con Estados Unidos. Bajo esta lógica, Brasil, decíamos, festejaba. Los cariocas preferían siente nuevos pepinazos en donde no les pega el sol a que Argentina se coronase en su casa. Manías.

Diré que, hacia el norte, casi toda América lloraba. Los alemanes son esos malos que salen en películas gringas y alaban a Hitler. Los alemanes fueron nazis y se comían judíos en el desayuno. Los alemanes provocaron la Segunda Guerra cuando se le ocurrió someter a los polacos. Los alemanes casi matan a Einstein. Los alemanes ladran cuando hablan, o hablan cuando ladran. Nazismo, nazismo. Ya, supérenlo. Argentina, en cambio, es buena como el pan, Argentina tiene a Messi, Argentina habla español como nosotros, Argentina está en América. Y Argentina no hospedó a militares del nazismo.

Sí muchas gracias, decíamos no pocos mexicanos, Messi puede ir a hacerle amagues a su abuelita, junto con Neymar y Cristiano. Lección valiosa: en el futbol juega un equipo, nunca un solo personaje. Justo, muy justo que un auténtico grupo sea campeón. Glückwunsche, Mannschaft!


Robben o de los árbitros

No era penal.

Mucha gente decía que las trampas eran aprobadas por la FIFA como medio para no perder dinero. Una fotografía de James Rodríguez llorando, explicaba con perturbador detalle el asunto. No señores, no se trata de eso. Si a la FIFA le interesara el dinero, México sería semifinalista siempre. SIEMPRE. ¿Por qué si no, a la CONMEBOL le interesa mucho que México juegue Libertadores y Copa América? De cualquier forma, a partir del primer partido del Mundial, la FIFA ya no pierde.


El asunto de la trampa va más allá de una tierna percepción anticapitalista. Va en un rumbo moral, ético, de principios. “Tantita madre”, diríamos los mexicanos.

Holanda, tras la goleada que le impuso a España en la primera ronda, se desinfló. Parecía inverosímil que sufriera de más con Australia aunque, ya relajados todos, venció sin aparente esfuerzo a Chile. Con México fue otra cosa. Holanda no existió durante 50 minutos hasta que, inexplicablemente, hundió de nuevo las esperanzas de una nación acostumbrada a la derrota.. Para ello se valió de un recurso muy simpático y poco ético: el clavado. Arjen Robben, estrella del Bayern München, auténtica pose de bailarina, se dejó caer en el área mexicana y el silbante, cuyo nombre no importa, se tragó la trampa.



Ya en el partido inaugural un japonés le concedió un papel inexistente a  Brasil cuando éste empataba penosamente con Croacia a un gol. En la misma goleada de Holanda, el único gol español vino de un penal inexistente. A Colombia no le marcaron un penal y le anularon un gol en Cuartos. A México le anularon dos goles legítimos contra Camerún. Suárez muerde a Chievini y lo suspenden cuatro meses, porque si lo ven sólo se va tres partidos (algunos medio trastornados dicen que fue excesivo; yo digo que se quedó corto). Un francés medio mata a un nigeriano y sólo recibió la amarilla. Robben de nuevo, volvió a lanzarse del trampolín en el partido por el tercer lugar.

El juego limpio de la FIFA al caño. Cuando de niño jugaba futbol, llegué a fingir una falta porque en la televisión lo hacían. Funcionó, pero me sentí tan mal que creo que fallé el penal adrede (o no, lo fallé sin quererlo, lo que pasa es que soy muy tronco). ¿Qué será de niños con una moral laxa como modelo? ¿Cómo repercute el engaño más allá del deporte? Miserable es el jugador que finge una lesión para su beneficio. Miserable, les digo.

Entonces, la polémica eterna: ¿se debe permitir la revisión de jugadas polémicas con ayuda de la tecnología en el futbol? ¡No!, exclaman los románticos futboleros, y algunos admiten que la trampa la da sabor el juego. Manga de hipócritas, cuando el gobierno les hace trampa, eso es ser hijo de puta, no darle “sabor a la política”. Cómo me gustaría que aquellos que dicen tal barrabasada sean castrados, para que no dejen herencia, los cabrones.

 Propuesta humilde: que se revisen, de oficio, los penales marcados. Como la NFL con los touchdowns. Que las sanciones por jugadores tramposos sean ejemplares. Que el futbol tenga la limpieza del tennis, deporte elegante y de caballeros. Roger Federer se vomitaría al ver tanta trampa.


Apéndices

El Balón de Oro, premio al mejor jugador de la Copa se lo llevó… ¿Messi? ¿Es en serio? No vamos a negar su calidad, claro que no. Pero una cosa es que, en efecto, sea el mejor del mundo y otra, muy diferente, que haya sido el mejor de la Copa. Se esperaba más del semidiós argentino. Peca la FIFA de cándida, de protagonismo amable, quedar bien con todos. Acaso el mismo Messi se sabía poco digno del trofeo…

Manuel Neuer es el mejor portero del mundo, ni cómo negarlo; Howard podrá presumir sus dieciséis atajadas en el partido contra Bélgica, lo cual no habla muy bien de su defensa, pero la mejor salvada el torneo es la de François Memé ante el cabezazo de Neymar. Esa atajada levantó de sus asientos a la chairiza de Filosofía y Letras, nada más.

Pecó la FIFA de inocente, también, con el famoso grito de ¡Puto! que tanto identificó a los mexicanos este Mundial. Al final se echó para atrás y el grito continuó colorido y alegre por… dos partidos más. Contagió un poco a los brasileños y, puedo jurarlo, lo escuché en el Italia – Uruguay. Los alemanes, en sus tiros de esquina, también movían las manitas y decían algo, pero nunca supe que era. De México para el mundo. De nada.

Curiosa la mentalidad del pueblo brasileño. Si Brasil gana, Mundial bueno, entonces Dilma buena. Si Brasil pierde, Mundial malo, entonces Dilma mala. Pobre Dilma, cómo le habrá jodido saludar de mano a los once cabrones que le quitaron la reelección cuando entregaba la ansiada Copa al equipo alemán..




¿Quién ya se cansó de Brasil? … No se preocupen… nos faltan las Olimpiadas. Me pregunto, en caso de que Dilma no llegue al 2016, si los brasileños protestarán fuerte al hipotético mandatario. Mientras tanto, Lula, desde su casa, suspira: se salvó de la cagada.

jueves, 10 de julio de 2014

Oh, hermanos americanos



Cada ciclo mundialista o bien cada helénico evento olímpico me pregunto, y a veces me preguntan, acerca de mi “rechazo” a casi toda expresión de americanismo, entendido éste en su expresión continental y no como aquel país de nulo carisma en su política externa, muy entrometida, por cierto. Digo “casi toda” porque existe una que abrazo: la mía, la mexicana. Con honesta curiosidad, pues, admiro las formas en que los pueblos se hermanan y Ecuador es uno con Argentina, Colombia camina hombro a hombre con Chile, Honduras y Costa Rica se abrazan fraternos con Uruguay, y México, lejano del contexto sudamericano, se cuela entre todos, como alejándose de la presencia anglosajona que pesa en su frontera norte. Todo es risa y diversión y debo decir que acepté de buen corazón el apoyo a la distancia que hacían mis conocidos intercontinentales para con México en esta Copa del Mundo que llega a su fin, aunque yo deseara de fea forma el triunfo de la fría sangre europea sobre sus naciones tropicales.

Las redes sociales, horas antes de cada cotejo, estallaban en bonachones vivas: “¡Vamos con México!”, decían desde Argentina. “Hinchamos por Colombia”, hablaban desde Ecuador. “Ojalá gane Chile”, suspiraban acá en la Ciudad de México. España era otra de las consentidas. La llamada “madre Patria” recibió mucho cariño con todo y los vituperios que se tragó al caer penosamente con Holanda, por marcador de 1 – 5. Brasil, la protuberancia portuguesa de América, cayó de la gracia de los mexicanos en específico y de los americanos en general tras sus dudosas presentaciones arbitrales. De los Estados Unidos ni hablar. Nadie de habla hispana simpatiza con ellos.

Ah, habla hispana. Guarden eso.

Yo, movido por razones que posiblemente no comprenda, prefería a Inglaterra o Italia sobre Costa Rica y Uruguay; a Holanda sobre España y Chile; a Francia y a Suiza sobre Honduras y Ecuador; a Japón y Grecia sobre Colombia; a Nigeria, Irán, Bosnia, Suiza, Bélgica, Holanda de nuevo, y Alemania sobre Argentina. Sobra decir, espero, que prefería a México sobre todos los anteriores (y el resto) y a todos los anteriores, más los que falten, sobre los Estados Unidos.

Haría bien el lector si me manda, con justo desconcierto y delicioso insulto, a la rancia Europa. Que me aproveche, xenófobo de mierda. Teutón frustrado, franchute de quinta, toscano rechazado. Cosas de ésas.

No va por ahí. Conste en estas líneas que gran aprecio tengo a mis amigos de países ajenos al mío que de hecho, salvo chilenos, charrúas y ticos, son de todas las nacionalidades de habla hispana citadas más arriba. No oculto que me gustaría visitar Tegucigalpa para parlar de Star Wars, pasar por Cali para cocinar unas empanadas (sic), que de vez en cuando uso el voseo argentino y adoro imitar ese dialecto tan distintivo (sha saben cuál, boludos), que iría gustoso a España para pisar las calles que Cervantes pisó y, de vuelta al americano continente, me escaparía a Ecuador para conocer una familia de militares. Mis escritores del siglo XX en habla hispana favoritos son tres y son argentinos (Borges, Bioy, Cortázar), soy medianamente fanático de 31 Minutos, lamento sinceramente que El Chavo sea tan popular fuera de México (no se merecen eso, en serio) y mi jugador extranjero favorito de la actual plantilla de Pumas es pelón y es paraguayo. Pero no encuentro esa hermandad que nace de las entrañas; busco y no hallo esa cosa que dicen que nos une, esa cosa que hace a la América una sola. Sospecho que, sin mala fe, “América” desde Guatemala hasta Panamá es desde Guatemala (inclusive) hasta Panamá (inclusive) y que “América” desde Panamá hasta el resto es desde la última tripa de Panamá hasta el resto. Siento, posiblemente de forma errónea, que México es concebido como un apéndice simpático, al cual muchos envidian de buena fe por ser vecino de los Estados Unidos.

Por nosotros los mexicanos, intercambiamos fronteras. Cualquier cosa es mejor que tener de vecinos a los gringos. 1847 no se olvida.

Entonces caigo. Quizá sea aquello que ya vomité en versalitas. La unidad lingüística es lo que nos “hermana”, el hecho de que mastiquemos el mismo idioma nos une y por ende también nos une con la autoridad gramatical, la Rancia Academia, de la Península. Brasil es el hermano feo que farfulla ese español mal hablado que bautizamos como portugués. Estados Unidos es un policía malo que nos bombardea con Hollywood.  Nadie se acuerda de las islas del Caribe, de Guyana y de Canadá. Para qué.



¿Es válido, me pregunto, llamarnos “hermanos” porque hablamos el mismo idioma?

No, es mi respuesta contundente y busco de nuevo más razones, otras que no se justifiquen tan endeblemente, otras que vayan más allá de una casualidad nacida por la avaricia de una España medieval que succionó las entrañas más ricas de un continente que evolucionaba despacio. Surge la figura de Bolívar, pero me es difusa y se limita al cono sur. En Centroamérica me es una mancha de ignorancia: brevemente estuvo unida al Imperio Mexicano de Iturbide para luego no volver jamás. Históricamente, los lazos se mantuvieron; románticos tirándole a indiferentes, pero esa palabra, “americano”, nunca perdió la fuerza voluptuosa tan propia del XIX. Aquello fue cordialidad, no hermandad. México es una sombra en la historia sudamericana, un tapón que mantuvo lastimosamente a raya la Doctrina Monroe y la efímera aventura de Napoleón III; es el vecino en el extremo menos concurrido de la calle, el que hace sus cosas aparte mientras los demás organizan la fiesta.

México no se siente unido a Centroamérica porque lo ve como el hilo sobrante de un queso Oaxaca. No se siente unido a Sudamérica porque está ya muy lejos. México se debate entre el rencor y el anillo papal de su vecino norteño y, eso sí, se ganó un especial cariño de España tras la Guerra Civil de Franco. México es una nave errante, una identidad extraña que se cree menos que los Estados Unidos y más que Centroamérica. Por eso, antaño, el futbol se jugaba con una prepotencia que se traducía en patadas y, actualmente, en abucheos al himno de Francisco González Bocanegra. Por eso estamos solos.

Que alguien me explique.

Siglos antes, el latín era la lengua franca que dominaba desde Hispania hasta Judea. El Imperio Romano era una mole que… ¿hermanaba? a lo que hoy es Lisboa con lo que hoy es Jerusalén. Fragmentado, en ese tramo que conserva las ruinas del glorioso imperio, en la actualidad se hablan portugués, español, francés, alemán, italiano, danés, inglés, rumano, hebreo, árabe, serbio, croata, neerlandés. Hermandad mis cojones, pregúntenle a los balcánicos o a los franceses de las Guerras Mundiales. Dentro de esos grupos lingüísticos se hablan o hablaban cosas más extrañas: flamenco, vasco, toscano, dálamata, siríaco, galéico., y muchos más que desconozco. Las naciones se unen principalmente por una cuestión idiomática. Luego surge la cultura. Y la cuestión idiomática se traduce en comercio. Nada más. Un grupo que comparte la misma lengua se une como método de supervivencia, no como un amoroso lazo de rosas, fresas y gomitas de colores. Por eso el español se impuso en América. La hermandad es una bellísima invención que surge para que nos toleremos y no andemos de desorientados, como en Gaza. Pero, insisto, la lengua no basta. Si la lengua bastara, no habría guerras civiles, por ejemplo. Hay otros factores, muchos otros, que por el momento no atañen, como la religión.

No es el momento de discutir, sin embargo, aquellos temas. Sólo divago.

América, algún día, hablará un español irreconocible entre sus naciones. Es natural. Quizá entonces dejemos de llamarnos hermanos. No. Quizá aquellos países que nacieron juntos lo sigan siendo. Yo hablo por México… más bien, yo hablo por mi visión desde México Quizá nosotros seamos más hermanos de los gringos que de lo que está en nuestra a veces menospreciada frontera sur. Lástima. La raza humana debería sentirse fraternizada por el simple hecho de saberse, valga la redundancia, humana. Lenguas, fronteras, economía, religiones: basura. Que nos hermane el ciudadano georgiano por ser humano. No porque algún extraño día hablemos la misma mierda. Que sea nuestra lengua y sus infinitas variantes el tesoro más bello que le da sentido a este mundo, pero que eso no sea el pilar único que nos haga vivir con decencia entre nosotros. De todas formas, la lengua a veces es un estorbo. El silencio es mágico. Y en el silencio, somos más parecidos de lo que parece.

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