viernes, 21 de agosto de 2015

De cuando las buenas ideas parecen malas en la teoría y todos terminamos llorando




Para un compendio de los innegables logros del INEA, acá.

Plaza Comunitatia de San Changotitlán de las Castañas, INEA... O Centro de Alta Ingeniería y Repostería, ya no sé muy bien de qué va la cosa. Usamos nombres ostentosos para mostrar lo que no somos, quizá también ocultar lo que somos. Le atiende, con todo susto, Daniel. Dani para los cuates. Däsderf para sólo una persona. Le vengo hablar de tristezas.

Somos INEA. La frase es cursi, por no decir asquerosamente cursi, pero sustancialmente cierta. Somos INEA, Distrito Federal. San Changotitlán de las Castañas, un pueblito que está al pie del cerro y que todos aman, menos yo; casi lo odio.. Desconozco los códigos númericos de la Plaza Comunitaria, pero sé que al final eso es lo menos importante. En mi opinión, la verdadera definición de INEA no está en su rostro numérico, estadístico o administrativo. Quiero decir, las cosas pueden funcionar sin cabeza. Como esta gran Nación. Que funcione bien o mal es otra cosa. Pero si mal que bien la cosa camina, es por los que se parten algo más que el alma desde los cimientos, los que tienen como tarea ensuciarse, los que sostienen con su propio esfuerzo lo que la supuesta cabeza ha creado.

O sea, el trabajo de los asesores, técnicos, promotores, encargados de plaza, informática… Sin ellos, ¿qué sería de los ostentosos y bien amados jefes? Uno como sea puede ir a la casa de quien necesita de conocimientos académicos y ayudar. Es cierto, no tendría un papel, pero alguien bien preparado puede presentar un examen fuera de la sacrosanta paternidad del INEA. Los directivos son prescindibles. O esa imagen han dado. Quizá es un problema social. Aunque es evidente que no faltan ejemplos en donde tanto bases como cabeza se sientan uno sola. Creo.

Pero acá no se habla de la poca cercanía entre jefes y esclavos… empleados, quiero decir. Primera porque no me consta (y poco quiero hacer para sentirme “cercano”) y segunda por que la intención era únicamente notar que, los que hacen el auténtico trabajo son los de abajo, no los de arriba. Fin.

Uno entra al INEA para hacer un bien, no para hacérselo. Lo cual es más triste de lo que suena: la noble tarea de dar luz a quienes se les ha negado, tiene el calificativo de voluntariado y no merece ser renumerada con relativa dignidad. Combatir el rezago educativo es, dentro de esta lógica, un acto de caridad no una digna profesión; un entremés, no el plato fuerte. Los rezagados valen tan poco que quitarles lo rezagado tampoco lo vale. 

Entiendo, los recursos son mínimos. O eso quiero creer. Lo cual no quita lo triste. El voluntariado es una farsa amable: como no se puede pagar dignamente a personas capacitadas para la labor, bastan entonces personas con secundaria para tomar el papel de asesor. O personas con todo corazón y nula ortografía para alfabetizar. No es culpa de ellos, ciertamente. Culpemos a los jefes, que consienten semejantes desfiguros. Culpemos a inequitativa tómbola presupuestal, a la ridículamente pésima administración de recursos por parte de cada una de las unidades. ¿O es que también ellos tienen el mote de voluntariado y, entonces los filtros para designarlos son tan tibios como los de la quirúrgica labor de enseñarle a otro ser humano?

Queda claro que el INEA no puede procurarse de excelencia por la simple razón de que no cuenta con algo en los bolsillos; es posible que a veces ni bolsillos haya (LOL, y eso; ni si quiera me lo ando creyendo). ¿Cómo entonces exigir maestría si no se procuran de maestros en tal arte? Me ha llegado el no agradable chisme de que algunos asesores sufren con álgebra. Rectas en el plano, despejes, sistemas de ecuaciones de dos variables. En la secundaria yo aprendí a manejar los dichos sistemas con tres variables y también a resolver ecuaciones de segundo grado. El módulo de Operaciones avanzadas es presuntuoso. De avanzado tiene un mínimo. Y con todo, no podemos culpar a aquellos asesores tan temerosos de las parábolas: INEA fue permisivo.

No quiero decir que todos los asesores somos ineptos. Yo lo seré un poco (jajajaja), pero lo admitiré y trataré de revertirlo. Creo que la idea es extensiva para mis compañeros de trabajo: no somos perfectos, pero podemos con la tarea. A pesar de los ridículos objetivos, hiperbólicos a más no poder. Objetivos que en el párrafo que se enumeran son poéticos, una Divina Comedia. Estupendo. Salta a la vista que se le exijan laureles a quienes tienen todo el derecho de sentirse sobrepasados. 



Aunque no ceda ni una sílaba de lo que hasta ahora he expuesto, quiero indicar que el verdadero problema no radica en la reiterada cuestión de la preparación, la cual de todas formas preocupa, sino en la exigencia como tal. Me han contado los des-propósitos de las plazas comunitarias. Se exige, al año, cierto número de inscritos, cierto número de acreditados, cierto número de alfabetizados. Alguien más arriba de los que leerían esta carta cree que calidad es igual que cantidad. Decir que peca de estúpido no es pecado.

Olvidaba que al personal del INEA se le tiene en constante preparación. Cursos por aquí, cursos por allá. Estuve en dos además del inicial, uno por accidente. El de alfabetización se me hizo algo magro. Perdóneme señor Frito. Freezer. Freier. Guateber. Alfabetizar no será jamás tomar una receta y preparar unas enchiladas. Para el caso, cualquier simio más o menos entrenado puede restregarle el alfabeto a otro. No quiero extenderme más, en parte porque no encuentro los argumentos, en parte porque de esto no se trata aquí. Baste que se sepa: los cursos no serán suficientes si no hay una preparación previa de más galleta. 

El otro curso, el de accidente, trataba de cómo se entra al SASA, al SESE, al SISI y esas cosas. Fue la cosa más aburrida y lamentablemente más mal hecha que he visto, y eso que he visto cosas que sería blasfemia recordarlas aquí, pero eso fue culpa de otros.

Nos piden números, decía. Poco les importa revisar si dichos números son medianamente objetivos o no. Ante la exigencia idiota de las autoridades más entronizadas, cuyos pagos jamás se atrasan, presionan a quienes a sus pies se encuentran más por mantener sus cuellos en su lugar que por un interés medianamente sincero por los que andan en las despiadadas garras del rezago educativo. A los últimos en esa cadena alimenticia sólo nos queda ver cómo la meta se disuelve como se disolvieron antes las esperanzas de hacer del INEA algo menos ligado a aquello que pretende no ser y algo más cercano a aquello que debería ser. O aquello que creemos debe ser. Porque, francamente, esperar números fijos y no porcentajes, por ejemplo, de una población dada, raya en la ineptitud logística. Sobre todo cuando la experiencia ha dictado que, de cien personas informadas, veinte se toman la molestia de registrarse y sólo acaso cinco se toman la molestia de tomarse en serio el asunto.

Las quince que hacen la diferencia son las que se fueron cuando se dieron cuenta de que no está del todo claro cuánto dinero les van a dar por hacer sus exámenes. No sé qué es más miserable, si esperarse seis meses por mil pesos, o ofrecerlos como si fuera una beca digna de llamarse como tal. Ofrecer dinero como gancho crea un interés económico y no intelectual. Eso me repugna. Ardo de ganas de preguntarle a cada educando si están ahí por un beneficio económico; si me lo confirmaran, los mandaría por donde vinieron. Las becas son a la excelencia, no para satisfacer números ante mamá SEP; son incentivos para avanzar, no limosnas para satisfacer lo mínimo. INEA no debería caer tan bajo.
 
Si vamos a ofrecer calidad, aunque los filtros sean tibios, que se pague calidad. O la mínima: que se pague a tiempo. El trabajo se hace. Creo que se hace bien, pero esa es cierta una percepción contaminada por la subjetividad. Siendo coherente conmigo mismo, los números serían también engañosos, aunque fueran estupendos. La realidad está en los educandos: que a ellos se les pregunte.

Por otro lado, ¿con qué cara pedimos metas a sabiendas increíbles y todavía negamos la poca renumeración tan dignamente ganada? ¿Con qué cara ofrecemos endebles disculpas cuando no se disculpan los dígitos que no colman el plato barroco y caduco? Seriedad, por favor. Desde la comodidad de las pantallas, en redes sociales, o en la confidencialidad de la camaradería, en los círculos sociales verdaderos, criticamos mucho. El gobierno es nuestro blanco favorito: ineptos, corruptos, rateros. Por favor, no caigamos en aquello que critiquemos. Somos mejores que ellos, aunque se trate de cuidarse la espalda y no cuidar al prójimo.

Tengo algo más. Es mi favorito. La necesidad de ofrecer a este país la alfabetización tecnológica. Wow. Suena a una nación de hackers... no cierto, suena a que vamos a enseñar cómo entrar al Facebook y etiquetar gente. O a que al fin podremos explicar con manzanas qué cosa es Twitter. No está mal, lo malo es que, generalmente, quienes entran al INEA ni computadora tienen. La onda tecnológica, que se asemeja a una onda New Age, raya en lo absurdo: exámenes en línea, todos. Opción múltiple. Matemáticas en opción múltiple. Chido. Hay más. A los educandos se les arranca de las manos los módulos (libros) y se les pone frente a una puta computadora. La chingada cabeza de los pinches genios detrás de esta estupidez equivocación no ha descubierto que ningún educando va a asesorías si estudia en línea. A la hora del miserable examen, reprueba. Por pendejo inocente: tiene dudas y no pregunta. Luego, INEA mete una miserable noble campaña de fomento a la lectura donde prácticamente obliga al simio aprendiz educando a leer algo para tener derecho a ese puto examen. ¿Dónde carajos nos perdimos que un reputo fomento es una jodida obligación, creando así una aversión por la lectura, más que un pinche gozo por ella? ¡¡CAGAJOO, PUTA MAGHE!! (como diría el Tuca).


 
Oh, todavía hay más. A ciertos elementos del notable Centro de Alta Ingeniería y Repostería NO LES PAGAN si los objetivos antes desglosados y a los que se suman los de la tecnología, no se cumplean. Dios. Nos. Ampare.

Terminemos. Ya me tomé mi clonazepán. Reordenemos. Queda claro que los jefes, en este ejercicio del conocimiento, son desechables, la verdadera carga queda en los de abajo. Queda claro que no se pueden pedir exquisiteces cuando el presupuesto es triste. Queda claro que las estrategias para capturar la atención de los académicamente rezagados es una soberana necedad, por no decir palabras peores. Queda claro que, con todo, hay gente que hace su trabajo. Loop al principio: ergo, quienes merecen al menos la mínima consideración para con sus pagos, pequeños cierto, comparado con la nobleza de este oficio, y por eso mismo mucho más costeables que los ya sabidos, son los que, digamos, se ensucian junto al educando.

Pero, ¿tiene la autoridad moral, laboral, académica y eladjetivoquesea un asesor que va unas doce horas semanales al INEA de hablar tanta basura de tan respetado burócratas educativos? No. Yo qué. Yo ni sé de pedagogía. Dentro de mi lógica, sería un buen candidato para dejar mi puesto a cientos mejores. Aunque sepa de sistemas de ecuaciones, literatura novohispana o sobre otro cúmulo de conocimientos reducidos a la obviedad en un... .... examen de opción múltiple.

Pero, honestamente, no hablo sólo por mí. Mis compañeros, que se parten los sukupuolirauhaset mucho más que yo, incluso en la abulia intelectual de este San Changotitlán de las Castañas que tanto no amo, ellos tienen mucha más cara que yo para quejarse. Mas, somos un equipo. Y como tal, estoy con ellos; exigimos lo mínimo. Mínimo. Como dije, a pesar de estar quizá sobrecalificados, estamos aquí para hacer un favor al prójimo. Y pueden creerme que lo hacemos con toda la sinceridad.

Algo que quizá haga falta entre más arriba de la pirámide se escale.

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