lunes, 17 de enero de 2011

México y su narco-problema.


La violencia en México es tema que da mucho de que hablar en todos los medios y ámbitos. Mientras los que rigen al país sostienen con terquedad que sus actos son acertados, los que se supone que tienen el poder (el pueblo, por algo se dice que estamos en una democracia) se dividen en feroces opiniones expresadas de manera abierta en las redes sociales. Twitter es su mejor herramienta y hoy hablo por lo que ahí se expresa. La esencia del sentir de una sociedad se puede encontrar ahí.

Mezcladas en sus generalmente aburridos avisos de lo que comen o tararean, algunos usuarios se regocijan dándole a sus seguidores toda una forma de ver el mundo. Algunos cambian su avatar a modo de protesta, otros llegan a cambiar el username resaltando aún más su filosofía. Abundan los llamados trolles, la mayoría infantiles e intolerantes, pocos mordaces y divertidos. Y entre un infinito mar de ideas, que se leen distraídamente en los Temas del Momento, me asaltó la idea de expresar algo que surge de mis entrañas al ver a un México hundido no en la violencia, sino en la ignorancia.

Debo decir que apoyo parcialmente la ideología del Gobierno contra el crimen organizado. Abatir a un líder parece un justo castigo para las personas que sufrieron en carne propia los indecibles actos del criminal. Pero no basta con presentar el cuerpo de un narco bañado en sangre para justificar avances. Aunque, hay que decirlo, los avances no son completa responsabilidad del Gobierno. El mismo hace bien en pedir, casi suplicar, a la sociedad que coopere. Lo malo es que a veces, la sociedad o más bien el individuo vela más por sus intereses propios que por los comunes. El hombre resulta ser egoísta y mientras él esté bien, los demás se pueden partir la maceta. No importa.

Dicen, quizás dicen bien, los mexicanos vivir con miedo. Miedo a salir a la calle y ser alcanzados por alguna bala, ser secuestrados, robados, ultrajados. Se quejan amargamente y culpan a las autoridades, como si tuviera que existir, por Decreto, algún guardaespaldas sempiterno a nuestro lado para protegernos de todo mal. Para eso se ora, según sé. El problema con todos estos individuos es que se asfixian en su miedo. Lejos de hacer algo para enfrentarlo, repiten como mantra la palabra, hasta que se convencen que su barrio, colonia, estado o país es el más violento en la historia de la violencia. Insultan al régimen antes de insultar a los criminales. ¡Como si ellos sí fueran dignos de respeto!

“Todos en el Gobierno son corruptos”, dicen. Se ha convertido en un axioma. Ninguno, sin embargo, se anima a competir por un puesto público y cambiar el rumbo de su Historia. “¿Para qué? Si no lograría nada. Ellos se reparten el poder” Benito Juárez dijo alguna vez que el que piensa que va a perder, antes de luchar ya está vencido. El mexicano y su derrotismo presentes. Además, hay que recordar que el sistema es corrupto en medida que el pueblo lo sea. Si el conductor no acepta darle la “Sor Juana” al policía, el policía no volverá a pedir soborno. Si el contribuyente no intenta agilizar el trámite pagando demás, el burócrata no intentará ganar más por agilizarlo. Sin ir más lejos, si el alumno prefiere reprobar a pagar cierta cantidad al maestro, el maestro no reincidirá en su conducta. Pero, ¿qué alumno en sus cabales se expondría voluntariamente al sacrificio del número rojo en su boleta? El problema es ése. Educación. Valores. Ética.

Si el hombre no es capaz de asumir la responsabilidad de su fallo o de los fallos del sistema, ¿cómo esperar a que se niegue ante lo que el crimen organizado ofrece? Existe mucha gente humilde que prefiere morir de hambre antes que cometer un acto deshonesto. Sócrates es honrado por sus actos: “Prefiero sufrir una injusticia a cometerla”, negándose a huir de la cárcel y la cicuta. Y Sócrates es admirado. En cambio, ante la confesión de detenidos que justifican su acto por que “si no lo hacía, me mataban”, nos mostramos hasta comprensivos. Cuando a todas luces es un acto de cobardía. El extremo sería que alguien se negara a pagar el rescate de un familiar, padre, madre, hijo para no alentar a los plagiarios a volver a hacerlo. Escasos son los (me permito poner en duda)… ¿valientes? ¿monstruos? que lo harían, pero fríamente es una solución al problema. Miedo y ética.

No se trata de educar a los futuros mexicanos (aceptémoslo, renovar a los actuales es misión más que imposible) en el arte de la insensibilidad, pero sí de la moral. En el momento en que dejen de existir aquellos pequeños “crímenes” como la mordida, paulatinamente dejarán de existir los otros. La base de todo (llamémosle) mal, radica en los minúsculos actos malignos que la conforman. Despedazar la base de aquello que queremos derrotar hace que, como edificio, se derrumbe. Dinamitar la cúpula la dejará hueca y vacía, pero viable para su reconstrucción. Mexicanos con un sentido de la moral alta, construirán la base de una Nación fuerte. Y no simplemente una fachada.

Así, el gobierno debe enfocar sus energías no sólo en derrumbar las cúspides del crimen, sino en carcomer los pilares que los sostienen: narcomenudeo, pandillerismo, robos y sobre todo, una educación que cercene definitivamente la poca moral que tristemente muchos tienen. Y sabemos que ya no basta lo de siempre, los delitos siguen existiendo. Pero si se concibe un plan tan enérgico como el que se pretende usar para estos “casos mayores”, seguramente otra cosa pasaría.

Pero, ¿porqué esperar a que alguien allá arriba haga algo? El mexicano que en verdad ama a su Patria debe enfocar sus energías a lograr que esto sea posible. No con violencia, no con insultos, no esperando algo a cambio para sí mismo, no temiendo. México no necesita que los gobernantes se sienten a platicar y decidir lo mejor para la gente. Necesita que la gente actúe, respetando sus valores, y decida cambiar su realidad. Necesita gente que en vez de hablar, actúe. Sobretodo, gente sin miedo. Con ética. Resalto.

A fin de cuentas, millones son los que desean algo mejor contra miles que no les importa. Creo que las matemáticas hablan.

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