martes, 26 de octubre de 2010

Quinta Calaverita Literaria: A Ina y Athena

Agradeciendo su amistas a pesar de los estúpidos bandos que se han formado. Y de las cuales, a pesar de tomar partido, no cierran la mente a la idea de los "malos" y los "buenos".

Dos hermanas, hijas de su mamá,
escaparon de casa, burlando a su papá,
hacia Italia se fueron, para poder observar,
una familia de vampiros, que comían agua y pan.

Por Palermo anduvieron, Sicilia y Nápoles
por Roma y el Coliseo y la Plaza de San Pedro.
Pero encotrar nunca pudieron
a los pálidos vampirescos,
en cambio hallaron, a una mujer que estaba en los huesos.

"La Parca soy", dijo con voz de trueno
"y su hora ha llegado, hoy día decimonoveno".
Ina se quedó extrañada, checó la fecha apurada,
a corregirla ella se disponía,
pero de un susto la Calaca la dejó fría.

"¡Santo patrono de Antioquía!", chilló Athena con espanto
"Fuera, Pelona fría, y déjeme vivir un rato"
Y diciendo eso la mordía,
arañaba, golpeaba y escupía.
Pero fue inútil tanta valentía,
al rato, en la tumba a Ina hacía compañía.

¡Ay, me desplumaron a la familia!
Y en la tumba se contentan
con ver a Edward Cullen de cabeza,
mientras el susodicho se casa,
con todas, menos con ellas.

jueves, 14 de octubre de 2010

Promesas

 Prometo no pensarte en mis horas de delirio
ni de imaginarte en mis sueños con frío,
prometo no abrazar la calidez de mis sábanas
sólo para soñar, que tú entre ellas emanas.

Prometo sacarte de mi mente a pedazos
y enterrarte en mi oscura pasión,
prometo atarme las manos
y no escribirle jamás al amor.

Prometo que no serás mi ángel
que me despertará cada mañana,
prometo que no dejarás huella alguna
en las lágrimas que formaron mi laguna.

Prometo que no haré nada
y que te colarás de todas formas,
prometo que ya no prometeré nada,
de todas formas ya estás encima de promesas.

Prometo, que romperé mi promesa
si los dioses, de amor me matan.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sin título

Me cortaron las alas
morí de cara a la tierra.
Y me sepultó la arena,
nadie más quiso verme siquiera.

Viajó mi alma,
hasta el corazón de la noche
y entre sangre y guerras
desgarró su coraza,
y en pedazos cayó su farsa
y renació... con lágrimas de esperanza.

Ahora vago sin rumbo definido
busco un sueño difuso,
sueño idealista, para algunos ridículo
tambaleo en mi nueva guerra
buscando un camino
una mano,
de princesa
tropezó conmigo.

Si la tomo espero,
soñar contigo.
Mientras mis sueños
siguen... volando hacia el infinito.

martes, 5 de octubre de 2010

Cuestión de sangre. Capítulo 5.


Al día siguiente, me dirigí al Templo de los Cuatro Sabios a dejar la medalla que tuviera Gregorus Mikakane en su poder. La mañana era gris, y ese pálido ambiente me recordaba en cierta forma lo ocurrido en día anterior. Sin quererlo, me preguntaba qué clase de insensible ser podría haber asesinado a la madre de una familia. Bandoleros, quizás. Vivía en una mansión, su padre parecía un respetable hombre de negocios. Rabiando, decidí después de rato concentrarme en algo que no tuviera nada que ver con vampiros, asesinatos y guerras. No fue difícil. El grisáceo ambiente se tradujo en una tormenta de proporciones inauditas y el resto del camino la pasé escupiendo agua de lluvia. No hay posada o algún refugio alguno de Elwinger al Templo, a pesar de las idas y venidas de mucha gente. Dicen que fortalece el carácter. Lo dudo.

Llegué al Templo y un par de sacerdotes me lanzaron una mirada reprobatoria cuando dejé encharcado el vestíbulo. Uno de ellos me lanzó una toalla a la cara, sin mostrar el menor el respeto, o quizás haciéndome saber que era un irreverencia húmeda lo que estaba haciendo. Cuando retiré de mi algo de la lluvia, observé el vestíbulo del Templo. Siempre disfruté verlo. El general Dasderf VI diría meses después que era como ver las ruinas del Templo Mayor en su planeta. Tan hermoso y místico a la vez, que nunca se cansa uno de mirar.

De forma circular, al centro hay una figura grabada, que brilla a la luz de la luna: el emblema de los Sabios y el que usaban los Caballeros de la Orden Plateada antes de su extinción. De frente, y rodeando la sala, hay una serie de treinta y cinco murales, cada uno representando ilustres momentos de la vida de los Cuatro Sabios. Con letras de oro, hay una explicación de cada uno, en la lengua de los Sínae, del Imperio Gyrfesel y otro, el cual llaman Básico y que desconozco. Siete pilares de plata se intercalan cada cinco imágenes, y debajo de ellos, una puerta con una antorcha sobre de ella comunica la sala con el resto del Templo. Los pilares sostienen un magnífico techo donde también hay una pintura, prohibida de describir o reproducir. Se dice que es tan sagrada que la única forma de verla es directamente, pues sería innoble que fuese exhibida de otra forma. Yo, por las dudas, me abstengo de hacerlo.

Entré por una de las puertas que estaban a mi lado. Conducía a un pasillo que dejaba el esplendor y le daba un aire más formal. Eran las oficinas de la administración. Una anciana mujer me recibió desde un escritorio que estaba justo a un costado de la entrada.

—Buen día joven, ¿a dónde va?

—Con el encargado del Tesoro del Templo —respondí, preguntándome que tan lucrativa había sido mi respuesta. —La Oficina de Cazavampiros en Elwinger confiscó esta medalla.

Le mostré el objeto. La anciana me sonrió con ternura, quizás para animarme, pero a mi me hizo sentir estúpido.

—Hijo, eso no es ningún tesoro. Es simplemente un distintivo. Cuando los sacerdotes, o sacerdotisas salen de viaje, cargan con eso.

—Pero,  ¿porqué cargan con objeto así cuando viajan, es peligroso, no?

—Las historias son largas, joven, y podrían pasar muchos soles antes de que la cuente completa.

Extendí el objeto hacia la señora, asintiendo con la cabeza. La verdad, parecía una historia interesante, pero tenía prisa y no me podía entretener en el Templo. Sin embargo, había una pregunta que debía hacer.

—¿Tiene idea de porqué un vampiro robaría un objeto cómo este?

La anciana mujer había hecho la pregunta por mi. Tras unos momentos de analizarlo, respondí lentamente, inseguro.

—Los sacerdotes tienen inmunidad. Es decir, pueden pasar prácticamente por donde ellos quieran, sin ninguna restricción.. —miré a la mujer —Pero el hurto de algo como esto traería un castigo por los dioses. Hacer uso de algo que no le es correspondido… Madam, ¿hay algún sacerdote que haya salido de viaje y no haya regresado?

Me encontré ahora caminado por los pasillo y retrasando más mi regreso a Elwiger. Con una pizca de fastidio, seguía a la anciana por más pasillos hasta llegar a una oficina que casi en su totalidad estaba repleta de expedientes. Pergaminos de color amarillento, algunos con el polvo acumulado por los años bañándolos en una oda a la mugre, se consumían lentamente por el efecto mismo de su antigüedad.

—Es la historia de cada uno de los sacerdotes que ha habido desde la fundación de la Orden —me explicó 

—Los más recientes, están… aquí.

Con un gran esfuerzo, colocó una pila de documentos en otra pila de documentos, que hicieron las veces de mesa. Hojeó unos instantes las hojas y dijo:

—Aquí hay uno. Siru Yocasta salió de viaje hace una semana, hacia el Castillo Dorado. Pero ayer envió una carta desde Elwinger. —la mostró —Es el único. En estas fechas, los sacerdotes o sacerdotisas casi no salen del Templo. Es la temporada de introspección.

—Imposible, debe haber otro. —insistí —Yocasta llegó a Elwinger por las fiestas y está alojado en El Diamante Azul. La medalla la encontré dos días antes. A menos que… a menos que haya sido alguien que regresó sin su medalla. ¿Es posible esto?

—Poco probable.

—Pero es posible.

—No creo que alguien… quiera usar ésas medallas para-

—¿Medallas? —interrumpí —¿Han desaparecido más?

La anciana no respondió al instante. Cuando lo hizo midió sus palabras, como si no estuviera segura de hasta dónde hablar del tema.

—Hemos tenido algunos robos… Pero me atrevo a afirmar que los ladrones lo ven como un objeto con el que pueden sacar dinero, no como un…  disfraz.

—Quiero hablar con el Supremo Sacerdote —espeté

—No creo que…

—Insisto.

De malas, la señora salió del cuarto y me guió de regreso al vestíbulo. Ahí, me hizo esperar entre los pilares, las pinturas y el silencio. Las antorchas que temblaban frágiles, al viento que se colaba por la ventana. Dos años antes, el Templo había sido casi aniquilado por los Escarlata, y sin embargo había sobrevivido. Cerca de 56 mil años tenían ésas piedras. Un Ejército, por muy organizado que fuera, no podría con él. Con su historia, plasmada en cada palmo del recinto, su historia sagrada, su historia llena de vida.

Ahí, de frente, las antorchas le daban un efecto magnífico a la pintura que miraba. Como si la luz manara de ellas mismas, y no de una fuente externa. La imagen representaba a Casi, uno de los Sabios, en el preciso momento que creaba la Fuente de la Sabiduría. Había predicado sus enseñanzas a la lluvia y ésta, agradecida, había colocado ésas gotas de conocimiento en la Fuente. Hoy, la fuente es un mito, pero se dicen que antes la gente iba en su búsqueda. Quien bebiera de ella, adquiriría un conocimiento superior al de cualquier hombre o mujer en el Universo. Casi, con su larga cabellera blanca, su pulcra barba albina, su mirada profunda y su túnica, también de blanco, parecía bendecir las demás pinturas con sus brazos abiertos a la sala, unos brazos extendidos que desde milenios, impresionaba en la sala del Templo.

La anciana mujer regresó a paso veloz y me hizo un gesto para que la siguiera. Entré por otra puerta principal, donde la Sala Principal con sus antorchas encendidas, presagiaban el inicio de algo. Cerca de dos mil quinientas luces se encendían solas cada año. Los sínae dicen que cuando la Sala esté totalmente encendida, cosas importantes pasarán no sólo en Lux-Teotiltán, si no en todo el Universo. Hay también una especie de altar, desde donde el Supremo Sacerdote me miró con curiosidad y, luego, hizo un breve saludo con la cabeza. Bajó, y caminó hacia mí.

—Que la paz de los dioses le acompañe, cazavampiros.

—Syaoran Gybeni, señor —musité tras una reverencia. —He venido para hablar sobre las insignias robadas, señor.

—Escucho, joven Syaroan.

—Creo… Aclaro, señor, que es mi opinión y no la de la Organización… —hice una pausa, como para querer darle más fuerza a mi postura —Creo que las medallas, fueron robadas por vampiros para entrar a ciertos lugares, inadvertidos…

—Se equivoca, joven. Aquí no han robado nada. Nada hay que lamentar y los vampiros jamás han entrado en este Templo —la reacción del Supremo Sacerdote me tomó por sorpresa y no hice réplica de su comentario 

—Lamento mucho que sus cosas no sean como usted quisiera. Pero acá todo está como debe.

—Esto es absurdo…

—Agradeceremos su visita en otra ocasión. —terminó, indicándome la salida.

viernes, 1 de octubre de 2010

Elwa Unuñva

Con la punta de la lengua recorro,
tu silueta en la oscura noche
piel tostada, chocolate salado,
sudor que mana y baña las sábanas
de calor y perfume empapados.

Se desliza y juega por tu cuello,
y corre por los valles de tu pecho
salta por tu ombligo delicado,
se hunde en tus piernas abrazado.

Y deja su caminito la saliva
que saborea tu dulce cuerpo,
el cual se abraza a mi corazón entero
y estalla en delirios y en besos,
en espuma y en apasionados deseos.

Me impregnas de tu cuerpo
y me uno a algo más que tus deseos
la noche muere y con ella la luna,
despierto a tu lado, mi nombre murmuras.

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