I
Abrimos la puerta y el rectángulo de luz que
debería proyectarse frente a nosotros, no existe. Es un lugar que escapó al
rito de la creación, donde las tinieblas todas se agruparon para no sentirse
solas. Detrás, las últimas risas de una cena que sin nosotros marcha muy bien,
son la música que se escucha cuando parte un tren de la estación que no se
volverá a ver. Sólo hay que dar un paso: allí dentro tendría más sentido
nuestra soledad.
II
Aquí dentro es muy confortante. Podemos abrazar
nuestras piernas y hundir la cabeza, ese gesto heredado por quién sabe qué
cultura y que es la fórmula mágica para olvidar… Podemos llorar sin ser
importunados por la cínica caricia de quien nos quiere para y por sí mismo,
como quien se sacia de un objeto que maltrata y abandona cuando quiere su
inmundicia desechar. Podemos, en fin, estar a oscuras con el silencio que nos
supo arropar.
III
Lo mejor de todo es que, una vez dentro,
podemos estar fuera sin abandonar el cuarto. La soledad es una carga móvil,
indiferente de tiempos, climas y personas; es casi una medalla al mérito,
forjada por guerras íntimas que no hemos perdido, pues seguimos aquí. La
soledad es la metálica burbuja que nos aísla, felizmente, de los demás. La
soledad es el recurso noble de quien ama mucho y mucho quisiera morir, algún
día, de amor…
IV
De pronto, surge la necesidad de establecer
lazos, tú sabes. Pero aquí dentro es tan cómodo. Además, y esto es un secreto,
aquí dentro nadie por puede hacer daño. Salir, aunque sea un poco, podría
lastimarnos: la gente no entiende la soledad como nosotros. Nosotros nos
comunicamos en otra frecuencia, con otros símbolos. El nuestro es un lenguaje
escrito en sangre y runas que, a veces, olvidamos cómo descifrar. Si no podemos
entendernos, ¿cómo esperar que otros nos entiendan?
V
Supimos de algunos que de pronto la noche se
hizo demasiado oscura y decidieron salir y compartir su corazón. Se arrojaron
al ruedo, confiados, cegados e inocentes. Creyeron ver equidad en las
frecuencias, creyeron interpretar bien los signos en la arena. Entonces la
soledad se hizo violenta, sujetó sus cuerpos e introdujo el ruido del silencio
hasta el tímpano. Capturó la gravedad en un puño infame y negó el placer de
llorar. El vacío atacó por el pecho y, a la larga, consumió todo y ni siquiera
pudieron hacer presentable su triste cadáver.
VI
La buena noticia, es que, si todavía somos
capaces de llorar, la muerte es tan sólo el sabor imposible del platónico beso.
VII
Es cierto, hay ocasiones donde la carga es
demasiada. No sabes, no sabes qué desesperante es buscar la puerta que hemos
cerrado desde el inicio. Palpar los muros, saberse emparedado con algo más que
piedra y lodo, gritar y no escuchar siquiera nuestra propia voz. No sabes, no
sabes qué horrible es remojar el cemento con lágrimas, con la esperanza que
poco a poco, como la gota milenaria que forjó la cueva, abra una abertura por
donde sacar la cabeza y respirar.
VIII
Nada más
natural que compartir las soledades.
IX
¡Clic!, así, tan natural. Es el sonido que se
percibe cuando dos soledades se encuentran y reconocen y miden sus frecuencias
y observan con alegría que coinciden. Los signos en la arena son muy parecidos,
en ellos hay rima y las manos de uno y otro se juntan y descubren que sus
corazones laten, bum, bum, al ritmo mismo de canciones disonantes que se
encontrarán en algún lugar. Las luces brillan, una, dos, como cuentas navideñas
que cantan algún villancico hermoso y viejo; las dos brillan y son las dos una
misma luz, destinadas acaso a cantarse mutuamente. Ya lo dijo el pequeño
príncipe: las estrellas son cascabeles que ríen y dos soledades juntas lloran,
brillan, tañen y ríen al natural.
X
Esto es aún más secreto. Olvidé cómo llorar.
Pero aún no me canso de arremeter a las paredes, a sintonizar la radio para
emitir las señales que encuentren feliz coincidencia, a pintar los signos en el
agua para que sean reconocidos desde el cielo. En la oscuridad, en la noche,
busco mi imposible luz. Cuento los latidos. Y a veces, dulces veces, una mano
surge de otro muro, buscando en el aire. Bum, bum. Nuestros dedos se tocan y se
hablan. Bum, bum. Y está bien. Y está
bien…