jueves, 27 de marzo de 2014

Noche, soledad nuestra

I
Abrimos la puerta y el rectángulo de luz que debería proyectarse frente a nosotros, no existe. Es un lugar que escapó al rito de la creación, donde las tinieblas todas se agruparon para no sentirse solas. Detrás, las últimas risas de una cena que sin nosotros marcha muy bien, son la música que se escucha cuando parte un tren de la estación que no se volverá a ver. Sólo hay que dar un paso: allí dentro tendría más sentido nuestra soledad.

II
Aquí dentro es muy confortante. Podemos abrazar nuestras piernas y hundir la cabeza, ese gesto heredado por quién sabe qué cultura y que es la fórmula mágica para olvidar… Podemos llorar sin ser importunados por la cínica caricia de quien nos quiere para y por sí mismo, como quien se sacia de un objeto que maltrata y abandona cuando quiere su inmundicia desechar. Podemos, en fin, estar a oscuras con el silencio que nos supo arropar.

III
Lo mejor de todo es que, una vez dentro, podemos estar fuera sin abandonar el cuarto. La soledad es una carga móvil, indiferente de tiempos, climas y personas; es casi una medalla al mérito, forjada por guerras íntimas que no hemos perdido, pues seguimos aquí. La soledad es la metálica burbuja que nos aísla, felizmente, de los demás. La soledad es el recurso noble de quien ama mucho y mucho quisiera morir, algún día, de amor…

IV
De pronto, surge la necesidad de establecer lazos, tú sabes. Pero aquí dentro es tan cómodo. Además, y esto es un secreto, aquí dentro nadie por puede hacer daño. Salir, aunque sea un poco, podría lastimarnos: la gente no entiende la soledad como nosotros. Nosotros nos comunicamos en otra frecuencia, con otros símbolos. El nuestro es un lenguaje escrito en sangre y runas que, a veces, olvidamos cómo descifrar. Si no podemos entendernos, ¿cómo esperar que otros nos entiendan?

V
Supimos de algunos que de pronto la noche se hizo demasiado oscura y decidieron salir y compartir su corazón. Se arrojaron al ruedo, confiados, cegados e inocentes. Creyeron ver equidad en las frecuencias, creyeron interpretar bien los signos en la arena. Entonces la soledad se hizo violenta, sujetó sus cuerpos e introdujo el ruido del silencio hasta el tímpano. Capturó la gravedad en un puño infame y negó el placer de llorar. El vacío atacó por el pecho y, a la larga, consumió todo y ni siquiera pudieron hacer presentable su triste cadáver.

VI
La buena noticia, es que, si todavía somos capaces de llorar, la muerte es tan sólo el sabor imposible del platónico beso.

VII
Es cierto, hay ocasiones donde la carga es demasiada. No sabes, no sabes qué desesperante es buscar la puerta que hemos cerrado desde el inicio. Palpar los muros, saberse emparedado con algo más que piedra y lodo, gritar y no escuchar siquiera nuestra propia voz. No sabes, no sabes qué horrible es remojar el cemento con lágrimas, con la esperanza que poco a poco, como la gota milenaria que forjó la cueva, abra una abertura por donde sacar la cabeza y respirar.

VIII
Nada  más natural que compartir las soledades.

IX
¡Clic!, así, tan natural. Es el sonido que se percibe cuando dos soledades se encuentran y reconocen y miden sus frecuencias y observan con alegría que coinciden. Los signos en la arena son muy parecidos, en ellos hay rima y las manos de uno y otro se juntan y descubren que sus corazones laten, bum, bum, al ritmo mismo de canciones disonantes que se encontrarán en algún lugar. Las luces brillan, una, dos, como cuentas navideñas que cantan algún villancico hermoso y viejo; las dos brillan y son las dos una misma luz, destinadas acaso a cantarse mutuamente. Ya lo dijo el pequeño príncipe: las estrellas son cascabeles que ríen y dos soledades juntas lloran, brillan, tañen y ríen al natural.

X

Esto es aún más secreto. Olvidé cómo llorar. Pero aún no me canso de arremeter a las paredes, a sintonizar la radio para emitir las señales que encuentren feliz coincidencia, a pintar los signos en el agua para que sean reconocidos desde el cielo. En la oscuridad, en la noche, busco mi imposible luz. Cuento los latidos. Y a veces, dulces veces, una mano surge de otro muro, buscando en el aire. Bum, bum. Nuestros dedos se tocan y se hablan. Bum, bum. Y está bien.  Y está bien…

martes, 25 de marzo de 2014

Komorebi

Komorebi es una palabra intraducible del japonés. 
Se refiere a la luz del sol que se filtra tras el ramaje de los árboles.

Conocerte de noche, Musa, me ha robado algo
que, ay, estrellas y luna han olvidado;
es el tiempo,
es quizá el canto,
es que la noche remarcó distancias
y desbordó las ansias:
dulce noche, tanto me has dado
y tanto que contarme me has negado.

Así oraba yo, querida Musa,
frente a tu altar sacro
—ése que mi corazón ha levantado—
y, no lo hubiese imaginado,
respondió ella, plata luna,
con aire indignado:
“Pues, poeta, me has cansado,
noche es tu pedido hado,
¿lloras, si cabe no queja alguna?”

“Madre”, dije, “me ha faltado komorebi.
Sonrió ella, ante pedido vano,
luz me regaló; era, Musa, luz cual tuya…
 y así, luna blanca, blanca luna,
tras las hojas del viejo árbol
su luz, tu luz, me regaló…
tras el ramaje dormido, Musa Estrella, sonreí:

en la noche silenciosa, tu latido reconocí.

jueves, 13 de marzo de 2014

Soneto XIII o XIV (qué se yo)

Se trata de no evocarte a cada momento
y esconder en el ocio tu constante recuerdo;
se trata de ahogar tu última fotografía,
ésa: tan bella, tan tibia, tan dulce alegría.

Se trata de no llorar, secar la agonía
de la ausencia, del silencio, la lejanía…
se trata, en fin, corazón, de no hacer esto,
fingir que no te extraño, fingir que nada siento.

Mas no hay valor en mentira, mentirte no quiero
—que otros hagan hipócrita amor: yo no puedo—;
pues bien, entérate mi feliz fantasía:

yo te amo con mis imperfectas energías,
con tímidas sonrisas, metafóricas caricias;

con verso te ama el latido, el todo... mi sueño.

sábado, 8 de marzo de 2014

Noches, tardes, días;
me pesa el silencio de tu ausencia
y mis brazos se aferran al aire nordeste
buscándote,
amándote,
esperándote.
                        Pues sólo eres tú.

Aquí, lejos, no te imaginas
cuánto intento:
las historias, las palabras,
un paseo fugaz en Copilco,
café helado,
fresas con crema,
el color de las jacarandas.
                        Pues sólo eres tú.

De pronto, duele extrañarte
y es cansado odiar a quien daño te hizo
mas, sabe que sólo pido
en oraciones temblorosas de fe quebrada
tu paz,
tu alegría,
tu alivio,
tu sueño realizado.
                        Pues sólo eres tú.

Ya lo sé.
Esto no es nuevo,
ya mi pluma lo ha escrito antes.
Qué quieres,
qué pides
si soy tan igual,
cerrando las puertas a todo.
                        Pues sólo eres tú.

En cada momento.
En cada amanecer.
En cada último parpadeo antes del sueño.
En el silencio, pues temo fastidiarte.


                        Tú.

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