viernes, 27 de noviembre de 2015

Nocturno noviembre

La muerte le llegó en noviembre.
Cayó de cara al cielo,
con elegancia.
Dios había cerrado la bóveda celeste,
una noche oscura se le metía por los ojos
asfixiando la poca luz que aún recordaba.

Hacía calor.
Le faltaba sed.
Dicen que arañó la tierra,
la sostuvo como si temiera percipitarse al abismo de arriba.
Ensayó un aullido de animal herido;
quería conocer su voz.
Silencio.
Quiso conocer sus lágrimas.
Arena.

La muerte le llegó en noviembre
y una canción llena de pausas
se perdía, sola, en la inmensidad el vacío.


lunes, 9 de noviembre de 2015

Signo

Te amo.
Puntual. Terrible confesión
que asombra y asusta por su belleza
—la de un rayo de sol que acaricia la última noche—,
sentencia creadora, similar a la voz que se oyó primero en el caos.

Te amo.
No preguntes cómo.
Pasó.
La ventana dejó pasar demasiada luz
y fue bueno.

Te amo.
Las canciones se agotan
para describir lo que no puede ser descrito.
Ninguna tiene voz,
todas son ritmos,
pausas.

—No existe el significante
para tal significado—

Te amo.
Vacío de mí,
me quedas tú.
Supliendo un poco menos de mí en mí.

Te amo.
A momentos cortos
y espacios largos, como un sueño sin colores.
A palabras precisas
y pausas ambiguas.
A tantas ganas de estar
y tantas estrellas de distancia.

Te amo.
No preguntes cómo.
No hay significante
para tan dulce significado.


sábado, 17 de octubre de 2015

Semiótica

Intento ver tus palabras
ocultas tras un cristal
empañado de vaho triste y lluvia lejana.
Tus vocablos aderezados en contextos ficticios
frágiles,
sujetos a un supuesto sobre un supuesto,
iluminan y matan,
oscurecen y resucitan
simultáneos,
consecutivos,
retrógrados,
adelantados.

Si en la palabra rosa está la rosa;
en tus espacios,
en tus comas y puntos,
en tus dativos,
en tus verbos,
en tus adverbios
que miden —sueño yo—
la cima más olímpica,
—un "te quiero mucho" puesto aparte,
hecho a mano,
original,
flamígero—,
está entonces el significado más puro
de cada una de las cuatro letras
que un buen hado llamó "amor"...

Pero es un cristal empañado
por el vaho triste y la lluvia lejana.
Y francamente sólo espero
que vengas a este lado, quizá a mirar,
quizá a conjugar.


viernes, 21 de agosto de 2015

De cuando las buenas ideas parecen malas en la teoría y todos terminamos llorando




Para un compendio de los innegables logros del INEA, acá.

Plaza Comunitatia de San Changotitlán de las Castañas, INEA... O Centro de Alta Ingeniería y Repostería, ya no sé muy bien de qué va la cosa. Usamos nombres ostentosos para mostrar lo que no somos, quizá también ocultar lo que somos. Le atiende, con todo susto, Daniel. Dani para los cuates. Däsderf para sólo una persona. Le vengo hablar de tristezas.

Somos INEA. La frase es cursi, por no decir asquerosamente cursi, pero sustancialmente cierta. Somos INEA, Distrito Federal. San Changotitlán de las Castañas, un pueblito que está al pie del cerro y que todos aman, menos yo; casi lo odio.. Desconozco los códigos númericos de la Plaza Comunitaria, pero sé que al final eso es lo menos importante. En mi opinión, la verdadera definición de INEA no está en su rostro numérico, estadístico o administrativo. Quiero decir, las cosas pueden funcionar sin cabeza. Como esta gran Nación. Que funcione bien o mal es otra cosa. Pero si mal que bien la cosa camina, es por los que se parten algo más que el alma desde los cimientos, los que tienen como tarea ensuciarse, los que sostienen con su propio esfuerzo lo que la supuesta cabeza ha creado.

O sea, el trabajo de los asesores, técnicos, promotores, encargados de plaza, informática… Sin ellos, ¿qué sería de los ostentosos y bien amados jefes? Uno como sea puede ir a la casa de quien necesita de conocimientos académicos y ayudar. Es cierto, no tendría un papel, pero alguien bien preparado puede presentar un examen fuera de la sacrosanta paternidad del INEA. Los directivos son prescindibles. O esa imagen han dado. Quizá es un problema social. Aunque es evidente que no faltan ejemplos en donde tanto bases como cabeza se sientan uno sola. Creo.

Pero acá no se habla de la poca cercanía entre jefes y esclavos… empleados, quiero decir. Primera porque no me consta (y poco quiero hacer para sentirme “cercano”) y segunda por que la intención era únicamente notar que, los que hacen el auténtico trabajo son los de abajo, no los de arriba. Fin.

Uno entra al INEA para hacer un bien, no para hacérselo. Lo cual es más triste de lo que suena: la noble tarea de dar luz a quienes se les ha negado, tiene el calificativo de voluntariado y no merece ser renumerada con relativa dignidad. Combatir el rezago educativo es, dentro de esta lógica, un acto de caridad no una digna profesión; un entremés, no el plato fuerte. Los rezagados valen tan poco que quitarles lo rezagado tampoco lo vale. 

Entiendo, los recursos son mínimos. O eso quiero creer. Lo cual no quita lo triste. El voluntariado es una farsa amable: como no se puede pagar dignamente a personas capacitadas para la labor, bastan entonces personas con secundaria para tomar el papel de asesor. O personas con todo corazón y nula ortografía para alfabetizar. No es culpa de ellos, ciertamente. Culpemos a los jefes, que consienten semejantes desfiguros. Culpemos a inequitativa tómbola presupuestal, a la ridículamente pésima administración de recursos por parte de cada una de las unidades. ¿O es que también ellos tienen el mote de voluntariado y, entonces los filtros para designarlos son tan tibios como los de la quirúrgica labor de enseñarle a otro ser humano?

Queda claro que el INEA no puede procurarse de excelencia por la simple razón de que no cuenta con algo en los bolsillos; es posible que a veces ni bolsillos haya (LOL, y eso; ni si quiera me lo ando creyendo). ¿Cómo entonces exigir maestría si no se procuran de maestros en tal arte? Me ha llegado el no agradable chisme de que algunos asesores sufren con álgebra. Rectas en el plano, despejes, sistemas de ecuaciones de dos variables. En la secundaria yo aprendí a manejar los dichos sistemas con tres variables y también a resolver ecuaciones de segundo grado. El módulo de Operaciones avanzadas es presuntuoso. De avanzado tiene un mínimo. Y con todo, no podemos culpar a aquellos asesores tan temerosos de las parábolas: INEA fue permisivo.

No quiero decir que todos los asesores somos ineptos. Yo lo seré un poco (jajajaja), pero lo admitiré y trataré de revertirlo. Creo que la idea es extensiva para mis compañeros de trabajo: no somos perfectos, pero podemos con la tarea. A pesar de los ridículos objetivos, hiperbólicos a más no poder. Objetivos que en el párrafo que se enumeran son poéticos, una Divina Comedia. Estupendo. Salta a la vista que se le exijan laureles a quienes tienen todo el derecho de sentirse sobrepasados. 



Aunque no ceda ni una sílaba de lo que hasta ahora he expuesto, quiero indicar que el verdadero problema no radica en la reiterada cuestión de la preparación, la cual de todas formas preocupa, sino en la exigencia como tal. Me han contado los des-propósitos de las plazas comunitarias. Se exige, al año, cierto número de inscritos, cierto número de acreditados, cierto número de alfabetizados. Alguien más arriba de los que leerían esta carta cree que calidad es igual que cantidad. Decir que peca de estúpido no es pecado.

Olvidaba que al personal del INEA se le tiene en constante preparación. Cursos por aquí, cursos por allá. Estuve en dos además del inicial, uno por accidente. El de alfabetización se me hizo algo magro. Perdóneme señor Frito. Freezer. Freier. Guateber. Alfabetizar no será jamás tomar una receta y preparar unas enchiladas. Para el caso, cualquier simio más o menos entrenado puede restregarle el alfabeto a otro. No quiero extenderme más, en parte porque no encuentro los argumentos, en parte porque de esto no se trata aquí. Baste que se sepa: los cursos no serán suficientes si no hay una preparación previa de más galleta. 

El otro curso, el de accidente, trataba de cómo se entra al SASA, al SESE, al SISI y esas cosas. Fue la cosa más aburrida y lamentablemente más mal hecha que he visto, y eso que he visto cosas que sería blasfemia recordarlas aquí, pero eso fue culpa de otros.

Nos piden números, decía. Poco les importa revisar si dichos números son medianamente objetivos o no. Ante la exigencia idiota de las autoridades más entronizadas, cuyos pagos jamás se atrasan, presionan a quienes a sus pies se encuentran más por mantener sus cuellos en su lugar que por un interés medianamente sincero por los que andan en las despiadadas garras del rezago educativo. A los últimos en esa cadena alimenticia sólo nos queda ver cómo la meta se disuelve como se disolvieron antes las esperanzas de hacer del INEA algo menos ligado a aquello que pretende no ser y algo más cercano a aquello que debería ser. O aquello que creemos debe ser. Porque, francamente, esperar números fijos y no porcentajes, por ejemplo, de una población dada, raya en la ineptitud logística. Sobre todo cuando la experiencia ha dictado que, de cien personas informadas, veinte se toman la molestia de registrarse y sólo acaso cinco se toman la molestia de tomarse en serio el asunto.

Las quince que hacen la diferencia son las que se fueron cuando se dieron cuenta de que no está del todo claro cuánto dinero les van a dar por hacer sus exámenes. No sé qué es más miserable, si esperarse seis meses por mil pesos, o ofrecerlos como si fuera una beca digna de llamarse como tal. Ofrecer dinero como gancho crea un interés económico y no intelectual. Eso me repugna. Ardo de ganas de preguntarle a cada educando si están ahí por un beneficio económico; si me lo confirmaran, los mandaría por donde vinieron. Las becas son a la excelencia, no para satisfacer números ante mamá SEP; son incentivos para avanzar, no limosnas para satisfacer lo mínimo. INEA no debería caer tan bajo.
 
Si vamos a ofrecer calidad, aunque los filtros sean tibios, que se pague calidad. O la mínima: que se pague a tiempo. El trabajo se hace. Creo que se hace bien, pero esa es cierta una percepción contaminada por la subjetividad. Siendo coherente conmigo mismo, los números serían también engañosos, aunque fueran estupendos. La realidad está en los educandos: que a ellos se les pregunte.

Por otro lado, ¿con qué cara pedimos metas a sabiendas increíbles y todavía negamos la poca renumeración tan dignamente ganada? ¿Con qué cara ofrecemos endebles disculpas cuando no se disculpan los dígitos que no colman el plato barroco y caduco? Seriedad, por favor. Desde la comodidad de las pantallas, en redes sociales, o en la confidencialidad de la camaradería, en los círculos sociales verdaderos, criticamos mucho. El gobierno es nuestro blanco favorito: ineptos, corruptos, rateros. Por favor, no caigamos en aquello que critiquemos. Somos mejores que ellos, aunque se trate de cuidarse la espalda y no cuidar al prójimo.

Tengo algo más. Es mi favorito. La necesidad de ofrecer a este país la alfabetización tecnológica. Wow. Suena a una nación de hackers... no cierto, suena a que vamos a enseñar cómo entrar al Facebook y etiquetar gente. O a que al fin podremos explicar con manzanas qué cosa es Twitter. No está mal, lo malo es que, generalmente, quienes entran al INEA ni computadora tienen. La onda tecnológica, que se asemeja a una onda New Age, raya en lo absurdo: exámenes en línea, todos. Opción múltiple. Matemáticas en opción múltiple. Chido. Hay más. A los educandos se les arranca de las manos los módulos (libros) y se les pone frente a una puta computadora. La chingada cabeza de los pinches genios detrás de esta estupidez equivocación no ha descubierto que ningún educando va a asesorías si estudia en línea. A la hora del miserable examen, reprueba. Por pendejo inocente: tiene dudas y no pregunta. Luego, INEA mete una miserable noble campaña de fomento a la lectura donde prácticamente obliga al simio aprendiz educando a leer algo para tener derecho a ese puto examen. ¿Dónde carajos nos perdimos que un reputo fomento es una jodida obligación, creando así una aversión por la lectura, más que un pinche gozo por ella? ¡¡CAGAJOO, PUTA MAGHE!! (como diría el Tuca).


 
Oh, todavía hay más. A ciertos elementos del notable Centro de Alta Ingeniería y Repostería NO LES PAGAN si los objetivos antes desglosados y a los que se suman los de la tecnología, no se cumplean. Dios. Nos. Ampare.

Terminemos. Ya me tomé mi clonazepán. Reordenemos. Queda claro que los jefes, en este ejercicio del conocimiento, son desechables, la verdadera carga queda en los de abajo. Queda claro que no se pueden pedir exquisiteces cuando el presupuesto es triste. Queda claro que las estrategias para capturar la atención de los académicamente rezagados es una soberana necedad, por no decir palabras peores. Queda claro que, con todo, hay gente que hace su trabajo. Loop al principio: ergo, quienes merecen al menos la mínima consideración para con sus pagos, pequeños cierto, comparado con la nobleza de este oficio, y por eso mismo mucho más costeables que los ya sabidos, son los que, digamos, se ensucian junto al educando.

Pero, ¿tiene la autoridad moral, laboral, académica y eladjetivoquesea un asesor que va unas doce horas semanales al INEA de hablar tanta basura de tan respetado burócratas educativos? No. Yo qué. Yo ni sé de pedagogía. Dentro de mi lógica, sería un buen candidato para dejar mi puesto a cientos mejores. Aunque sepa de sistemas de ecuaciones, literatura novohispana o sobre otro cúmulo de conocimientos reducidos a la obviedad en un... .... examen de opción múltiple.

Pero, honestamente, no hablo sólo por mí. Mis compañeros, que se parten los sukupuolirauhaset mucho más que yo, incluso en la abulia intelectual de este San Changotitlán de las Castañas que tanto no amo, ellos tienen mucha más cara que yo para quejarse. Mas, somos un equipo. Y como tal, estoy con ellos; exigimos lo mínimo. Mínimo. Como dije, a pesar de estar quizá sobrecalificados, estamos aquí para hacer un favor al prójimo. Y pueden creerme que lo hacemos con toda la sinceridad.

Algo que quizá haga falta entre más arriba de la pirámide se escale.

martes, 28 de julio de 2015

Uldráen de Ainstrevel, 1134 DCT

Una tumba,
sueño irascible que el rey
tradujo en lanzas y legiones negras
que marcharon de sol a sol al puerto blanco.

En el lecho blanco
el hijo duerme;
no escuchará jamás
el choque, el crujido y el grito.
No sabrá que en su nombre
mueren quienes serán alimentados por los peces al atardecer.
Ni una lágrima derramará
cuando en agónico suspiro descienda
la corona con su apellido
y se ahogue para siempre en las aguas enturbiadas de sangre
y se ejército se bata en desordenada retirada.

No sabrá,
—el lecho es muy frío—,
que las puertas de su antiguo palacio
arderán en venganza un marte cualquiera,
ni que el pendón extranjero,
el de la casa de Oghëë
borrará su nombre y el de su nación
de los libros y las eras
por tristes y largas
treinta y dos generaciones.


martes, 19 de mayo de 2015

Contrato

Establecimos un contrato,
tú y yo;
un documento escrito bajo el amparo de tintes solitarios:
estrellas;
una relatoría de fragmentos
que hice grandes a fuerza de símbolos:
esperanzas;
un ultimátum cuyo delgado margen
tuvo por tinta lágrimas de odio,
letras fueron llanto de pena,
firma, de amor.

Era un manuscrito implícito,
que conocías en mis pensamientos
menos racionales
y visiblimente más poéticos:
no sabías que lo sabías.
En él, escindíamos;
cortábamos el rojo nudo
que tenues tonos habían forjado:
careceriamos de mutuo significado.
Huecos.
Sombras.
Ceros.

Entonces
dime porqué
malditamente

tu rastro es el de una lágrima
que se avergüenza de extrañarte.


jueves, 14 de mayo de 2015

Nota al pie

Descubrió que, en el enunciado de su derrota,
había una nota al pie
apretada, minúscula;
contundente.

Brillaba con opacidad omnipresente;
era una sombra que no pasaba inadvertida
y trascendía más allá de las glosas pomposas
que detallan el fracaso
inmoral y apoético
de una historia ignorada.

El texto todo, salpicado de tinta sangre,
envilecido con caravanas heroicas,
insostenible por su grandeza guerrera,
terminaba en adjetivos ociosos
y ecos agotados que suplicaban sin honra el fracaso total.

Y la nota al pie rezaba:
esperanza.


jueves, 26 de marzo de 2015

Jacaranda

Agoniza la noche. El viento y la lluvia han despejado el cielo y una luna como sol de mediodía inunda con su luz la calle cubierta de jacarandas. Una alfombra de aromas lilas y frescos ahoga el empedrado y es como si un río de flores se hubiese detenido para dejarse observar por las estrellas que aún gotean agua cristalina.

Hay un silencio hermoso lleno de suspiros pacientes, de sonrisas enamoradas, de sueños que se desprenden apenas de las alcobas para dejarse atrapar en los primeros segundos del amanecer. Pero todos, aún, duermen. 

Ella sale. Bella como si reflejara la luna, suave seda acaricia su silueta que es un aleteo. Desnudos los pies, pisa sobre el mar de flores que expulsan su néctar, ungiendo los pasos de un ángel. Ella sonríe. Extiende los brazos, recibe gustosa las últimas gotas acompañadas de pétalos que danzan una antigua canción. Se posan en sus hombros desnudos, resbalan por sus brazos, abrazan la seda y se sueltan de improviso acompañando el giro de quien ríe, enguirnaldada un por rocío prematuro; una flor bendecida por la noche. 

Hay un silencio hermoso. Ella se deja caer, cara a la luna. El colchón florido la recibe con la potencia de su perfume y agradece su calor; ella agradece su frescura. La luna refleja el color de la jacaranda. Su seda es flor cristalina.Cuando amanece y barren la calle para que pueden pasar los carruajes, ella vuela al este, convertida en mariposa.

martes, 10 de marzo de 2015

Volver a pelear



El campo es ruina.
Apilados, los restos de una guerra dolorosa
son púas de las que se han saciado las prontas aves de negras alas.
Escombro de metal,
astilla de torre,
ceniza orgánica.

Sangre fresca.

Alguien ha dejado un estandarte incrustado en la tierra.
A sus pies, florecen mariposas blancas
y una sola rosa, teñida del escarlata líquido,
se inclina suave, besando la base.

Le sabe a derrota.

Alguien camina.
Crujen bajos sus pies las voces quietas
que hacen eco en un terco recuerdo.
Toca en silencio la tela aún suave
de los colores que defendió
entre sollozos silenciosos
de sombras confusas.
Y suspira.

Sopla el viento.

El suspiro se interrumpe.
Se corta,
en el aire quedan dos sílabas
que caen como una canción triste.
El viento del este
levanta las mariposas
y atrapa en un abrazo
pétalos y madera.
Tiemblan las ruinas
y late dolorosa el corazón cuando,
un aroma,
un nombre,
una mirada
y un recuerdo
viajan desde un amanecer de bugambilias
que quieren volver a pelear.

Otra vez.

jueves, 5 de marzo de 2015

8 Marzo

Calla, mira.
Lo sé. Hoy se anuncia por todos lados
como vulgar propaganda
las maravillas de tu género.
Debate. Polémica.
El discurso se ensucia:
furia, ideas ajenas,
ganas de destacar en un ring plagado de equívocos.

Pero tú...

Te coloco desde ya aparte. Ajena.
Sobre todas las demás.
Única y mágica.
Un sueño azul
sobre estrellas confundidas
de pseudolibertad y frases hechas;
caótica dulzura
sobre ordenadas razones
de hipocresía y paradoja.
Tú. Mujer sobre toda musa o ángel
sobre toda flor o joya
sobre toda coherencia u orden

tú, mujer sobre toda mujer.

Pero tú...

cuando miras al mar bravo desde el faro luminoso
o al horizonte pulcro desde la torre plata
o a la nube envinada por el beso del primer lucero


no miras
a donde esta pluma se desangra
de tantas victorias mínimas

de tanta derrota orgullosa.

martes, 24 de febrero de 2015

Titán

Y me levanto.
De aquellas regiones tan conocidas
por la costumbre,
de las que han germinado grises notas
con lágrimas bebidas al ras,
me levanto.
De la noche sin luceros,
de los laberintos casuales
cuya consecuencia es el vacío,
de las mínimas oportunidades
en máximos fracasos,
de los libros santos que al enemigo humillan,
me levanto.

Por enésima vez tomo las cuentas
y en extraños idiomas te canto, Dios,
para que alivies mis heridas.
Pero no.
Por enésima vez, también, me levanto de ti.

Caeré.
De nuevo.
Mi epíteto es la derrota.
Y me levanto: orgullo.

Mi canto persiste,
espía la victoria.
El silencio me recibe,
callan en lo Alto y en lo Bajo;
el infinito es vacío.

Y a cada caída, con más furia levanto el rsotro.
Derrota segura:
hacer bella a la Muerte hermana.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Dos silencios

Soy una sombra entre tantas,
soy ilusión.
Soy el eco de un canto olvidado,
mínimo,
gris
—el tiempo mismo ignora
si el canto fue alguna vez bello:
hoy es vacío.

Soy el reflejo de un instante,
luz que a nadie lumbre,
cuerpo olvidado por las valquirias cegadas de otro resplandor.
Soy opaco.

Soy soledad.

Mas te busco.
En las noches de luna, donde ella no viaja,
te busco;
en los minutos primeros, que todos obvian,
te busco;
en los sueños oscuros, que todos olvidan,
te busco.

Una soledad que busca a otra
en cada gota de lluvia
que cae por accidente
o en cada palabra ignorada
de un discurso maravilloso



y espero encontrarte.

La suma de dos silencios hacen suspiro.

jueves, 5 de febrero de 2015

Verba amoris

¿Qué eres?
Vaga tu silueta, se pinta en las sombras
de un cuarto oscuro y frío
donde la luz es un líquido que flota y pinta signos admirables
e incomprensibles:
los símbolos de tu nombre.

Te leo.
Eres un sueño incorpóreo de plata y noche,
un aroma fantasma de rosas y guerra,
una estrella fija más allá del infinito.

En ti se vierte todo,
todo de ti emana;
te sometes a Dios
y también lo derrotas,
te descubres en una palabra y
también te ocultas en todas;
nada te define
y el silencio lo hace.
Eres la nada y el infinito.

Tu mejor lugar es la noche
es poesía
es la luna
es la batalla
es la flor.

Eres canto,
lágrima
y pluma;
divinidad.

jueves, 29 de enero de 2015

Intrascendencia

Todo muere:
todo se condena al fin apenas nace;
la vida no es sino muerte
que se corona el día de la putrefacción.

Todo muere:
todo cae,
todo se precipita a la derrota:
la luz es una máscara,
ilusión:
el infinito es oscuro.

Todo muere:
nuestra intrascendencia se viste de himnos
que el tiempo -la muerte- devorará algún día;
lo que persiste es el olvido.

Todo muere:
yo muero,
tú mueres: te apagas,
te diluyes,
te condensas hasta ser una sombra pálida
que pasa y corta,
vacía mi corazón de sangre y arena.



jueves, 15 de enero de 2015

Los miserables

Le despertó el fuerte olor que subía pesadamente desde la calle. Mugre, sudor, sexo. Sangre, la sangre seca del asesinato del día anterior. Se peleaban por cualquier cosa, cien gramos de blancanieves que debían ser de uno o de otro. Una vieja desnuda de la cintura para arriba desplumaba una gallina negra. Masticaba su propia saliva y de cuando en cuando gritaba obscenidades a los transeúntes que evitaban mirar hacia ese callejón olvidado de Dios.

Con los ojos aún cerrados, el hombre intentó recordar qué tanto alcohol había bebido la noche anterior y si todavía alcanzaría un poco para el desayuno. Era mediodía. Un niño con el hambre de dos días se asomó al cuarto donde la luz se tiraba al suelo. El hombre lo sintió de inmediato, pero ignoró la presencia de su hijo hasta que lo tuvo enfrente. El niño le tocaba tímidamente el hombro, creyéndolo aún dormido. El hombre entonces se acordó de la mujer y tanteó a su costado, entre las sábanas. El lecho frío le hizo saber que ella ya tenía mucho rato en las calles, un día más de trabajo. Se preguntó entonces si su esposa regresaría ese día (el niño volvía a tocarle, le llamaba casi con súplica) y si traería comida para el pinche escuincle.

—Záquese de aquí, mocoso —gruñó.

El niño salió, arrastrando los pies. Pinche chamaco molesto, alcanzó a pensar antes de que la arcada llegase súbita  y entonces él vomitara sobre el viejo tapete a un costado del lecho.

—Puta madre —eructó.

No tuvo más remedio que levantarse por algo de agua. La cubeta, a la mitad, estaba casi a la entrada de la miserable casa, o más bien, el cuarto. Sólo había una cama, vieja ya, un par de muebles y una televisión. Un cuadro de la Virgen de Guadalupe colgaba en las mugrientas paredes. Los niños dormían cerca de la puerta, en un confuso amasijo de sábanas, todas ellas adquiridas por parte de las donaciones que en temporada invernal hacían las empresas radiofónicas. Mientras bebía con desgano, miró las latas vacías amontonadas muy cerca de la ventana y se acordó de que los de la fundación no habían llevado comida en la semana. Malditos tacaños, pensó, y arrojó el vaso plástico hacia el diminuto resquicio que hacían las cortinas frente a la ventana sin cristales. Erró, blasfemó y salió del lugar. Su hijo lo interceptó en el pasillo, pero él lo apartó de un golpe.

El edificio, con unos cuantos cuartuchos más, le pareció molestamente lleno. A esas horas del día se llenaba de mujeres y viejas que regresaban de su colecta por los basureros de la ciudad. Los pisos de arriba eran los de las putas y por el momento sólo tenían, acaso, un par de encuentros. Había un baño en cada piso y todos estaban descompuestos. El hombre, al salir, se preguntó cómo había acabado ahí. Al ver a la vieja que desplumaba a la gallina sintió asco, pero no de sí mismo, sino de los demás.

—¡Pinche vieja fea, por su culpa este lugar está de la verga!

La señora contestó con insultos no menos fuertes, pero él la ignoró. Tenía hambre y ya sólo tenía doscientos pesos para el resto del mes. Sin rumbo fijo, vagó por las calles mascullando insultos al gobierno. Ojetes, se decía, ellos muy chingones con sus pinches salarios de millones y uno aquí, muriéndose de hambre. ¿Qué nos han dado este año? Unas pinches sábanas. Como si de eso tragara uno. Luego el pinche partido con sus despensitas de mierda. Cómo chingados quieren que coma uno con una puta bolsa de frijoles y una de pinche arroz.

Entró a un autoservicio y se compró una botella de aguardiente. Unos chiquillos que estaban en la tienda escogían dulces de un aparador colorido Los señalaban como si señalasen animales de un zoológico. Los padres los reprendían cariñosamente, les decían que solo escogiesen uno. El hombre chasqueó la lengua. Los niños nomás sirven pa’ chingarle la vida a uno, pensó. Pinches mocosos pedinches.

Salió de la tienda. Un cartel en la pared pedía la renuncia del presidente. Claro, ese pendejo no sirve para nada, masculló, con aire filosófico. Se parece a mi vieja, añadió, satisfecho por la broma. Su vieja, que era diez años más joven que él, en casa de su madre, y con la niña. Ahora con qué chingadera le iba a salir esa perra, qué puto chisme le iba a soltar a la bruja de su suegra. ¿Qué la golpeó? Que no chingue, ella no era nadie como para andarse metiendo en su vida.

Su vida. Criado en un barrio tan miserable como el que habitaba, con una madre ninfómana (él ignoraba la existencia de la palabra) y un padre que había muerto por andar descargando plomo a los oficiales. Todo mal. Lo único bueno había sido un sacerdote joven, muy bueno, que le dejó dormir no pocas veces en la capilla. El primer día había sentido miedo ante el silencioso, frío y hueco edificio que vigilaban tres santos con expresiones lastimeras. Un Cristo de tamaño natural, acostado en una cama de seda púrpura, sangraba con los ojos cerrados. Terrible fascinación que esa imagen le producía, como si experimentase gozo en las llagas, los miembros exangües, el labio entreabierto que sugería el último grito del Mesías en la cruz. El sacerdote le había explicado lo que significaba: en aquel muerto descansaban los pecados del hombre.

—Por eso debemos portarnos bien —decía el padre y palmeaba cariñosamente al niño— para que Cristo no sufra más por nuestros errores.

Leche tibia, pan de dulce. En un par de ocasiones intentó convencerle de que se inscribiera al seminario. Y el niño quería y no podía: no sabía dejar atrás a su madre, no sabía cómo aceptar en su vida al Cristo muerto y frío que cargaba las iniquidades de sí mismo, de sus padres.

El sacerdote murió cuando el hombre, entonces joven, no pasaba los quince años. Huyó de casa y fue como si se abandonara a sí mismo. La primera vez que tuvo que matar para comer, sostuvo en sus brazos el cuerpo de su víctima como María hubiese sostenido a Cristo, el Cristo terrible de su infancia. Llovía y la lluvia lavó el cuerpo y el hombre decidió que Dios no había muerto para él. Merecía todo lo que le pasara.

Se odió. Y se enterró en las miasmas de su desprecio y se hundió y hundió todo lo que lo tocaba, porque significa que era parte de él. Se instaló en el mundo más borroso de la sociedad, el que se confunde con la basura en las esquinas. Reptaba por las noches en las alcantarillas, como mitológico ser de leyenda; se alzaba mugroso y glorioso al amanecer, robaba, engañaba, se precipitaba al abismo de lo indescriptible. Evitaba pasar por las iglesias porque le causaba un llanto tierno e infantil y era cuando se veía al espejo, miraba sus manos manchadas de sangre ajena y elevaba plegarias desesperadas a un Dios que le mostrara una poca de luz.

Interrumpió sus pensamientos las campanadas de una parroquia. La ciudad, a sus espaldas, rugía feroz en su cotidianeidad. ¿Era demasiado tarde? A unos pasos, una pareja de recién casados franqueaba las coloniales puertas del templo, bajo la algarabía general y la lluvia de papelitos de colores. La sociedad que tanto había odiado, de la que siempre esperó y, a cambio, no dio nada a cambio, le pareció por vez primera hermosa y buena. ¿Era demasiado tarde? Y si no lo era, ¿cómo empezar? ¿Qué hacer?

Con lágrimas en los ojos, se acercó a la iglesia. Quería entrar de nuevo, quería sentirse como cuando niño todo estaba bien. Volver a ser lo que fue. Salir de aquel asqueroso lugar, conseguir un trabajo, ser amoroso con su familia. Ser lo que sus padres jamás fueron para él. Y se visualizaba nítidamente, tomado de la mano de su mujer y sus hijos, saliendo de aquella misma iglesia, casado al fin y riendo. Y sus hijos irían a la escuela y no serían la basura que él siempre había sido. ¿Cómo empezar, qué hacer? ¿Cómo sanar las heridas del Cristo eternamente lastimado?

—Fuera de aquí, asqueroso mendigo.

Una de las personas que participaba de la ceremonia nupcial se le acercó con notorio asco, como si estuviese alejando a un perro sarnoso de una alfombra persa.

—No, señora… —el hombre dejó con cuidado la bolsa que tenía la bebida en el suelo y levantó las manos en actitud inocente.

—¡Fuera de aquí o llamo a la patrulla! —chilló la mujer que le extendía un billete de cincuenta con la punta de los dedos. El hombre, confundido, se acercó unos pasos y la señora gritó y brincó hacia atrás —. ¡Largo, largo asqueroso vago!

Para entonces dos señores se habían acercado, junto con el párroco de la iglesia. Uno de ellos le extendió con igual asco otro billete, este sólo de veinte. El sacerdote le pidió que fuera a sentarse más lejos, que ahora estaba molestando a los presentes. Las lágrimas del hombre pasaron de la revelación a la rabia. Retrocedió unos pasos, sin tocar el dinero, y uno de sus pies dio de lleno contra la botella, la cual cayó y se quebró. El contenido se derramó como un lágrima.

—Para colmo, borracho —dijo la mujer por lo bajo.

El hombre vaciló, cambió el semblante y quiso aproximarse. Quería golpear a la mujer, sacudirla de los hombros, gritarle a todo mundo que no quería ser él, pero que no sabía cómo empezar a no serlo. El más robusto de los señores se interpuso en el camino del hombre y lo empujó hacia atrás. Cayó de espaldas, raspándose un poco la palma de la mano. El sacerdote se había alejado ya, para posar por enésima vez con la pareja para la fotografía. Tendrían una linda fiesta, y comentarían como anécdota curiosa que un drogadicto había llegado al final, a pedir dinero.

El hombre, en el suelo, sintió que algo se rompía dentro de sí. Regresó al cuarto con rostro inexpresivo y se encerró para llorar a gusto, como un niño al que se le había muerto la madre repentinamente. Cuando su hijo llegó, no supo hacer otra cosa más que molerlo a golpes. Si de todas formas todos acabaremos de la chingada, pensó. A la mierda con la educación, que la vida eduque a este pendejo.


Y se fue con las putas.

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