Descubrió que, en el enunciado de su derrota,
había una nota al pie
apretada, minúscula;
contundente.
Brillaba con opacidad omnipresente;
era una sombra que no pasaba inadvertida
y trascendía más allá de las glosas pomposas
que detallan el fracaso
inmoral y apoético
de una historia ignorada.
El texto todo, salpicado de tinta sangre,
envilecido con caravanas heroicas,
insostenible por su grandeza guerrera,
terminaba en adjetivos ociosos
y ecos agotados que suplicaban sin honra el fracaso total.
Y la nota al pie rezaba:
esperanza.
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