Y entras.
Como el sol en la rendija imposible
y la lluvia en la grieta de siempre,
como el polvo en la madera crujiente
y el susurro en la habitación adyacente.
Y entras.
Esquivando la más férrea defensa,
detonando las bombas antes de verlas
volando en pedazos un muro de contención
que se levanta en un mar de confusión.
Y entras.
Sobre las rocas de mi propio desierto,
sobre la prohibición de mi propio decreto,
sobre mi firme negativa a seguir el juego...
Y entras.
Te deslizas, patinando,
sutil hechizo o encanto.
Entrando, inexorablemente,
a mi pensamiento, mi nocturno espacio.