04 de Kylenát 3418 DCT
Puerto de Ûndar, Yoshur.
Miladi:
Quisiera que lloviera. Es una noche seca, atroz. Las estrellas están
opacas de tan tristes. Su plata no hace eco en la tierra. La luna está
silenciosa. El cielo quiere, pero no puede llorar. No encuentra lágrimas.
Lo siento, no debí empezar así. Pero el ambiente me ha contagiado. O
quizá yo le habré contagiado. No mereces, como sea, conocer mis penas ahora que
eres feliz. Del Castillo Dorado han llegado las noticias: desposarás con aquel
caballero de Segregur. No conozco su nombre. En verdad, y me disculparás, no
quise saberlo. No quiero, no puedo.
Ya veo tu rostro extrañado. Te preguntarás la razón. Yo la sé, pero no
alcanzo a comprenderla. Esa unión te hará feliz. Puedo ver la sonrisa en tus
ojos, aquella que la de tus labios no demerita. Tu aroma impregna la sala, de pronto, cuando trina
tu dulce risa. Las mejillas
se tiñen del color de las rosas. Siendo así, ¿por qué habría yo de
desinteresarme, adrede, del motivo de tu felicidad?
¿Por qué habría de despreciar al único caballero que, de hecho, sabría
colocar poesía donde realmente importa: tu corazón? ¿Por qué de pronto habría
de sentirme sucio, indigno, ajeno, imposible de ti, ahuyentado por alguien que
quizá, simplemente, supo leer, avanzar, decir todo aquello que callé por el
estúpido miedo al fracaso? Porque el miedo es el asesino del amor, no el odio,
y yo cometí suicido al atar mi lengua, mi beso, mi todo. No, no… quizá
simplemente mantenía una esperanza inútil, de tontos, un vil engaño, un reflejo
que al tocarlo, de desvanece. Quizá mi lectura fue errónea porque, no me digas,
ay, corazón, que él estaba destinado para ti por los dioses, por su maldito
juego de dados, su ajedrez caprichoso, su muerte para mis oraciones, promesas,
juramentos… no. No lo acepto. No puede ser tan maldita mi suerte. Simplemente…
simplemente no había nada. No era tu palabra una señal. No encerraba tu gesto
un significado que armonizara con mi suspiro. No había nada en los anocheceres.
Sólo tierra yerma. O flores inocentes. Pinturas al aire. Notas sin pentagrama.
Versos sin nuestra evidente rima.
Perdona. No debí, mas no me arrepiento. Conozco lo que sigue. Lo prefiero
así.
Mañana a primera hora el ejército partirá del puerto. Son las vísperas de
una guerra. Un infierno sin retorno. Si he de confesarte mis lágrimas,
estorbando tu alegría, no hay mérito que merezca mi vuelta. No para mí. No
puedo. Sé feliz. Eso lo deseo sin mancha. No hay rencor. No lo concibo. No
contigo. Me quedo con tu última imagen, de pie en el palco real rodeada de
estandartes y la insignia roja del reino. La lluvia. Aquella lluvia que yo
creía era la tuya, por mi partida. Tus labios. Tu cabello que desprendía las
estrellas que guiaron, por un rato, mi camino.
Adiós, princesa. Quieran los dioses que tu caballero, valore más que yo la
belleza, que dejé ir, por la ventana.
Lóregh