viernes, 26 de febrero de 2010

Se contagia tu sonrisa...

Cuando te miro, de lejos
(siempre, tristemente, distante)
y atiendo a tu canto amable
las bendiciones q manan a tu figura,
recompensa a tu fuerza y locura,
tu estrella en la frente, orgullo de luna
sonrío.

Cuando la risa escapa de tus labios
y se trasmite por eventos protocolarios,
tus dedos que irradian orgullo,
e imprimen tu discurso,
me llenan la pupila y satisfecho suspiro,
tus logros, no son míos,
pero aún así sonrío.

Cuando deshago las cuerdas de mi cerebro
todo por llevar a ti mi mensaje,
rezando a que siempre viaje
a la dirección adecuada,
y logro dibujar tu sonrisa,
logro arrancarte un chispazo en la mirada
sonrío, siempre sonrío.

Cuando tan solo te paseas,
por la misma calle que piso,
por la misma arena en donde construyo castillos,
por la misma página que leí, conmovido
a pesar de todo... a pesar de mi,
saberte ahí,
me hace sonreír.

domingo, 7 de febrero de 2010

Fuego y agua (entremés a "Cuestión de Sangre")

Un errante caballero, en una tierra desconocida, a las orillas de un lago, encendió una fogata. Era de noche y la luna sonriente iluminaba poco la superficie plata de la superficie del agua. La luz del fuego fue como una cuchillada a la noche. Por un momento, una pequeña parte del lago se tiñó del color del oro, atrayendo a las gotas curiosas a la orilla. Una de ellas, quizás la más pequeña, quizás la más valiente, quizás la más curiosa asomó su curveada figura por encima de sus hermanas para mirar el lugar de donde provenía la luz. Fue como una revelación. De deslizó hacia la orilla, esquivando a sus aburridas congéneres que se limitaban a mirar la luna y reflejarla en sus cuerpos.

Si las gotas pudiesen sudar, seguramente esta lo hubiese hecho. Llegó a la orilla veloz, pero luego se mostró cautelosa. Admiró con respeto y prudencia las llamas que de la fogata nacían y saltaban al aire, tratando de alcanzar las estrellas. Movimiento, pasión y locura. Eso era la fogata que orgullosa de sí, bailaba una danza irreverente ante los ojos de las múltiples gotas del lago. Sólo una llama, la más pequeña quizás, la más valiente quizás, la más curiosa quizás se mantenía un tanto alejada de ese caos. Desde su pedazo de calor se preguntaba porqué querer alcanzar el cielo, teniendo la belleza del agua frente a ellos. Y por eso su danza era discreta, y sus movimientos parecían incoherentes ante el dogma de la fogata. Su locura era más grave, pues se le antojaba era un rostro del suicidio.

Fue entonces cuando la gota se fijó en la llama. Sensibles como lo son las gotas, sus hermanas inmediatamente canturrearon a su oído. Le dijeron que el fuego era asesino, voluble, insensato. Que tenía el poder de reducirles y secarlas. Que eran idiotas por querer alcanzar la luna y hacerla cenizas. Que eran soberbios por que siempre querían ser fuego y nada más. No cambiarían su ideal. No como el agua. Ellas podrían ser sutiles, cual vapor, frágiles y delicadas como líquido, hermosas y resistentes, cual hielo.

Y la llama también se fijó en la gota. Irrespetuosas como lo son las llamas, sus hermanos se rieron a carcajadas y le gritaron. Que el agua era, en efecto, una sirena que te cantaba y luego te mataba cubriéndote en su burbuja. Que las gotas son tontas por naturaleza y se dejan llevar. No son como el fuego, que se queda quieto, si gusta y si lo prefiere busca expandirse. La grandeza del fuego radica en destruir, la del agua... el agua no tiene grandeza. Una gota sola no hace un lago. Un llama sola puede acabar con el mundo.

Pero la gota y la llama permanecían mudos antes los reproches de sus hermanos y hermanas. Fue entonces cuando la llama empezó a bailar. La pequeña llama se movió sobre la silueta de sus hermanos, como siguiendo su juego, pero la vista hacia el imponente lago. Ahí, perdida en el reflejo del cielo, le devolvía la mirada una sola gota. Cristal, que brillaba a la escasa luz de la luna, de su corazón (pues esa gota tenía un corazón) un brillo multicolor se refractó en dirección a la llama que tras recibir el impacto de las luces de todo el universo, tomó aire y se impulsó hacia el infinito, con una sonrisa en sus ardientes labios. Desde abajo, la gota recibió un chispazo de calor que también sintieron sus hermanas. Acobardadas, ellas se replegaron hacia el vasto e infinito número de gotas que construían el lago. La gota, por su parte, sacó aire. Una diminuta porción de ella se transformó en vapor y entendió lo que era un suspiro.

La llama, al llegar a la punta de la fogata, se impulsó con todas sus fuerzas hacia el vacío. Dejando tras de sí una especie de humo negro, representación de su divorcio con el resto de las llamas, empezó a caer precipitadamente a un espacio donde no había más que piedras secas. La gota, aligerada por el suspiro, se deslizó y rompió el tenue vidrio que la ataba a su lago. Hacia arriba, se elevó y sintió como nunca el calor de la llama. Esta, sintió temor cuando percibió el frío del líquido vital.

Cuando se besaron, el aire, gota y llama se perdieron en la noche. Tan solo una minúscula nube subió al cielo, iluminada apenas por su propia luminiscencia, para dar cuenta a las estrellas cómo los corazones encuentran su forma, para subir juntos a la cúspide de las historias que valen la pena contar. Agradecidas las nubes por su historia de amor, derramaron sobre la tierra sus lágrimas, convirtiendo a partir de entonces el suspiro en fuego y agua, que supieron la forma, de estar unidos.

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