lunes, 14 de junio de 2010

Dulce Elwing.

Dulce Elwing, princesa querida
en mi corazón palpita un deseo de oro
un abrazo, que mate el sollozo,
un beso, sobre la ácida herida
que dejó una noche
donde sólo estaba solo.

Allá en tu castillo, de patios donde las rosas
derraman pétalos cual hojas,
allá en tu dulce aposento,
de donde me llegan, a veces, tus pensamientos
allá, con la lluvia, mi alma ciuda la tuya:
salvarte cada instante
es mi salvación, mi forma de amarte.

Dulce Elwing, en deseos ardo de abrazarte,
de acariciar con mis labios tu corazón
de mil y una estrellas alcanzarte,
de borrar en ti la desazón;
no poseo una magia admirable,
no sé de nobles y antiguas artes,
tan sólo puedo ofrendarte
mis brazos que rodeen tu imagen,
con toda la fuerza de la razón.

Dulce, querida princesa,
cómo, porqué, te preguntarás
desde esta mi guerra
puedo soñar, sentir y cantarte un poema...
y ése secreto guardo,
junto con tu recuerdo grato
para poder yo revelártelo
el día que, tomados de la mano,
disfrutemos de eso, por lo que el mundo fue formado.

Dulce, dulce Elwing
un beso, un abrazo,
mis armas, mi hombro, mi brazo...
por tí, precisoso ángel creado,
con los mismos suspiros del amor.

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