martes, 2 de agosto de 2011

Un patrón de figuras repetidas

Un patrón de figuras repetidas que se estampan en ése sangriento papel que es la vida. Frágil pergamino acartonado, cual cristal violentado por lluvia y azotes, manotazos y lunas pálidas que no reflejan ningún conejo, promesas vanas de mejores futuros que los ayeres caducados. Papel que cruje al estrujarlo y abrazarlo y pretender dibujar en él con ésa tinta invisible una original idea de lo que es bueno o malo, de lo que es duro o blando. Color sin color que expresa lo bello, pero que termina por ser verde, azul o colorado. Patrón de figuras repetidas tan siniestras en blanco, negro, rosa y grisáceo. Figuras repetidas como un tejido hecho a mano, infinitos moldes de galletas espolvoreadas dulcemente con veneno inventado por algún dios malintencionado, plantillas de colores de un pasado enamorado: beso en mano, mirar coqueto y vago, labios mojados, curveados en sonrisa y mirada enervante, hechizante; patrón de figuritas de plastilina y bolsos y botas y un sabor extraño, de unos labios que con sutil cosmético fueron rociados.

Un patrón de figuras repetidas de un metro con cincuenta y cinco que toma la mano un instante del pasado. Un patrón de figuras repetidas que con cabello castaño desvía su mirada hacia su inexistente pasado que la mira como ventana hacia su olvidado pasaje consumado y que retuerce el cuello de la cordura para instalarse como un parásito al cual sólo se insulta. Patrón que hace recordar sin emoción y con brutal desconcierto algo en ése rostro, ésos ojos y ésos labios, esa silueta y esa postura, el atípico aroma y la ternura con que levanta la mirada al cielo oscuro y tararea las melodías que nunca serán para quien le acompaña. Y que, al dirigir su neutra mirada para quien ve en ella la ventana a su memoria, convence a aquel idiota que es un reflejo irónico, un patrón de figuras repetidas peligrosamente bellas que ahogan otras flores cuyos capullos ni siquiera se han conocido.

Y ella es la calca, el molde de su pasado. Visión de una pareja reconocida por quien alguna vez fue quien la experimentaba. Patrón que es y que nunca fue, desconocida conocida por el subconsciente masoquista que el consciente entiende como un sarcasmo. Ella que gira repetidamente la cabeza, ignora a medias al pendejo en turno, sonríe hacia la estampa de rutas a tres o tres cincuenta y acentúa más la marca, patrón de figura cómica repetida, sutil corte que sangra y mana entre insultos y la estúpida fantasía de lo improbable cuando, en una última y fugaz mirada, coqueta e indiferente, el camión se pierde entre luces opacas, un suspiro con sabor a derrota  el pasado irónico que rebota y muere al doblar la esquina para cauterizar la herida, derribar la costra y continuar escribiendo en el papel de la vida, hasta subconscientemente sellar la historia como una anecdótica malicia de unos dioses tiernamente sádicos, siempre con el dejo, el maldito deseo de besar al fin una flor, no un patrón de figuras repetidas, o de plano, mandar al carajo, por siempre, al pinche amor.

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