miércoles, 3 de febrero de 2016

La marcha de la derrota

I

De la entraña nacida sombra,
funesta a la garganta asciende
y asfixia.

Es la guerra.
Bella. Como una luna que se ha lavado la cara
en sangre.
Radiante. Risueña. Seductora.

Las armas quebradas, con nueva voz, tililan.
Repican y cantan
un canto viejo:
el que hizo al hombre.

–Somos hijos del odio,
de la muerte,
del terror;
la guerra nos ha formado–

Una espada de nombre olvidado
–y por eso mismo, hermoso–
de pronto sonríe
y su fulgor súbito, de fuego y rosas,
ilumina en seductor rojo la noche clara.

La luna ondea en el horizonte azul.
Una estrella se desprende de ella
y cae como una lágrima.

Funesta, hermosa. Es la guerra.

II

El guerrero tiene en el alféizar una rosa.
Afuera, los tambores.
Uno, dos, tres.
Marcan el ritmo de la marcha a las llanuras
donde las armaduras se oxidarán, más adelante,
bajo la lluvia.

Estremecen los cristales de azul noche,
la rosa tiembla apenas: uno, dos, tres.
Palpita.
Un corazón al que se le caen los pétalos.

Al pie del florero resquebrajado,
un hilillo de sangre se precipita al olvido.

III

La rosa muestra su aroma
cargado de dolor y luz
mientras el guerrero interpreta sus pétalos marchitos.
En las oscuridad, detrás suyo,
los trofeos gloriosos de sus derrotas:
un escapulario de cuentas diamante
que portó la desconocida niña que sonrió hace tanto;
la partitura a una canción que se ha olvidado;
una hoja manchada de quien se pinchó el dedo
para verse más hermosa;
una estrella que se apagó en cuanto tocó tierra.

En la mesa, abierto aún, el Inferno.
Sus tercetos acarician
y el guerrero tiene miedo de cerrar el libro
porque sabe que tiene que estar ahí,
en esa página, esperando a que regrese de la cruel, dichosa batalla.

IV

Cuando marches al Hogar del Fuego y las Luces,
ven a verme en el Puente de la Vida, le dijo.

Lo más bello de ella es su risa.
Su risa son cascabeles.
Su palabra es la de Palas.
Y en sus ojos hay un cansancio bello,
el del primer sueño,
que sonríe a la par de sus labios.

Tiene su pañuelo.
Verde bandera y blanco.
A veces lo coloca junto al pecho
sin aparente razón.

Lo más bello de ella es su risa.
Cascabeles.
Y un mechón –siempre es un mechón–
que sonríe al cielo con ella.

V

Los pétalos marchitos son el lecho de la muerte.
Una tumba que se olvida.

Hace frío.
Uno, dos, tres.
Se alejan los tambores.
La sangre se ha secado.
Dante sigue abierto.
Pero el guerrero no ha salido a marchar.


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