martes, 1 de septiembre de 2009

El asesino. Capítulo uno.

I


Me preguntas que me mueve a hacer esto. Me preguntas si no tengo pena, o remordimiento. Me preguntas qué siento cuando lo hago. Piensas que dentro de mi opera algo diferente a ti. Algo indeseable, tan horrendo que te estremeces de sólo pensarlo. Incluso te atreves a preguntar sin en verdad estoy consciente de lo que hago... desde luego que lo estoy, preciosa. Si no... no estaría sonriendo.

El policía que miraba la escena volvió a experimentar nauseas. No estaba acostumbrado a ver ese tipo de cosas. Ni siquiera cuando estuvo tres años en la ciudad le había tocado algo así. Y no era tanto por el cadáver, al fin de cuentas de ésos sí había visto muchos, era por... bueno, si cabía la expresión, por como estaba arreglado. Sólo había visto eso en un par de ocasiones. Y el patrón era el mismo. Un joven atado a alguna estructura, siempre de madera, con símbolos estrafalarios y velas generalmente ya consumidas. Su pecho desnudo, o sus extremidades, mostraban heridas muy semejantes a las inscripciones de su entorno. Uno de ellos, el primero, incluso estaba ya en proceso de descomposición. El hedor era insoportable, e incluso el detective Serrano había vomitado. Pero ahora...

Ahora todavía era un joven. Pero estaba atado a un grueso tronco de árbol que parecía haber sido talado expresamente para ese propósito. Incluso había una oquedad en la superficie del mismo, como para que el sujetado se sintiese “cómodo”. Todo su cuerpo estaba cubierto de heridas inflingidas por un cuchillo de cocina, al parecer mal afilado. Los cortes eran al azar, aunque en algunas zonas se podía distinguir lo que el oficial podría llamar, confusamente, como “caritas felices”. El rostro, aunque limpio de heridas, había estado cubierto por vendas color carne, sobre la que al asesino había dibujado, con la sangre recogida de las heridas de la víctima, un infantil dibujo de una cara extasiada de felicidad. Dos cruces hacían las veces de ojos y una sonrisa distorsionada, con una lengua de fuera, ocupaba la extensión desde las mejillas hasta los labios. El forense no se ponía de acuerdo de la forma de muerte. La cantidad de sangre daba a pensar que había sido por las heridas, pero las vendas y el rostro amoratado indicaban una posible muerte por asfixia.

Sacudiendo la cabeza, el policía prefirió seguir vigilando la entrada y giró la cabeza hacia el exterior del cuarto. Gruñó, nervioso, al encontrarse con la oscuridad del edificio abandonado. Sí, era muy típico escoger lugares así para estos crímenes. Pero la diferencia de otras ocasiones era que uno no podía dejar de pensar que pasaría si de pronto saliera de un rincón el homicida. Una luz osciló al fondo, y el policía alcanzó a ver al detective Díaz, acompañado de un hombre que no conocía y de un oficial que los guiaba. Dejó pasar, perezosamente, al grupo en cuanto el detective levantó la placa a modo de aviso.

—¿Qué pasó aquí?— preguntó cansinamente el detective, al entrar a la recámara. Inmediatamente después, lanzó un grito apenas audible y maldijo en voz alta. Paseó su mirada por el cuerpo rasgado y el rostro inflamado y dirigió una mirada asqueada a las paredes de la sala.

—Al parecer, forma parte de una especie de ritual, señor— le informaron, entregándole un informe— Aunque en lo personal no estoy de acuerdo.
—Explícate... Sonia.— pidió el detective hojeando el reporte.
—No hay objetos a su alrededor que podamos relacionar con algún ritual, como velas o pentagramas. Además, necesita escuchar esto— añadió con cierto misterio. Hizo una señal al oficial que cuidaba la puerta y éste le entregó una grabadora. Nadie habló una palabra mientras la detective manipulaba los botones.— En definitiva, esto no es normal.
El prácticamente sordo trabajo del forense se vio de pronto interrumpido por la voz de un hombre, que hablaba visiblemente emocionado. Era como si estuviese anunciando a los cuatro vientos una noticia prodigiosa. Aún con eso, de alguna manera, había algo en su voz que ponía los pelos de punta. Incluso Díaz, de quien se decía que nunca se perturbaba y casi nunca sonreía, se estremeció ligeramente. No gritaba, no derrochaba alegría en exceso. Era más bien una alegría que se mostraba tranquilamente, como la madre que con lágrimas en los ojos anuncia la boda su hijo. La voz, lenta, contenta e inquietante, inundó el cuarto:
—Emergencias, ¿en que podemos servirle?— habló primero alguna operadora
—Imagine un monstruo dormido, que al momento de despertar, en vez de escoger volver a retirarse a su letargo, decide despertar de una vez por todas. Empieza a pasear por sus calles, buscando alimentar... su espíritu, su yo que le pide a gritos saciar su sed, su hambre de... ustedes... — la voz había hecho una pausa y la operadora no habló, quizás a causa de la impresión.
‘El monstruo ha despertado señora, y se pasea entre todos nosotros. No sabemos que pasará con la gente de la ciudad, por que no sabemos con cuánto está satisfecho... Y es seguro que... ¿conoce las drogas? Seguro que las conoce, quizás usted toma una: café, cigarro, sexo... El monstruo también está bajo el control de su adicción... cuanto más se alimenta de ustedes, más los desea... Es... exquisita la forma en que... mueren...Ah, señora... debería intentarlo una vez. Descubre como es la persona.. por.. dentro’— el hombre lanzó una estrepitosa carcajada y luego, con sonido gutural, como si expulsara más aire del normal, añadió:— Adictos... somos adictos a algo, siempre. El monstruo, usted... el chico...’

‘He matado un joven— soltó entonces, bruscamente— calle K, número 19, colonia Buenrostro. Al fondo del pasillo del cuarto piso. Lástima que no nos conocimos antes, mujer... te hubiera invitado a ver el espectáculo... exquisito. Espero lleguen antes de que— bufó, amagando otra carcajada— la sangre seque.. el río es tan... tan.. —rió, groseramente— bíblico...—“
La grabación se interrumpió luego de unos segundos más de risas. Díaz estaba lívido. Volvió a mirar el cadáver que empezaban a llevarse los médicos. Se pasó una mano por la calva y espetó:
—Es un hijo de puta.
—Yo no lo hubiese dicho mejor— terció el hombre que le acompañaba. Con ademán serio, se volvió a Sonia y le dijo:— Manténgame informado de cualquier otra atrocidad que cometa este imbécil. Y— giró la cabeza, al escuchar los sonidos de la prensa— será mejor que le digan lo que pasó a estos...
—Señor, disculpe— susurró Díaz— Pero esa noticia alarmará a la gente.
—Detective— respondió con voz potente el hombre— Si tiene alguna mejor forma de advertir a la gente, sin que levantemos sospechas de que estamos ocultando algo, hágamelo saber. Por mi parte, entre más rápido se enteren mejor. No quiero tener a la prensa acusándome de tapar los hechos.
Caminó con paso firme a la salida, seguido de inmediato por Díaz y de los médicos con el cadàver. A pocos segundos, los flashazos de las cámaras, empezaron a reflejarse en las ventanas, sobresaliendo por los pocos anuncios luminosos del suburbio. Detrás de Sonia, la enorme mancha de sangre hacía su último intento por seguir fluyendo. El oficial que hacía guarda miró cierto temor a la mujer.
—Detective Zaragoza, ¿quién era aquel hombre?— preguntó medio tartamudeando

—Alguien que hará las cosas como deben ser.

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