martes, 5 de enero de 2010

Cuestión de sangre. Capítulo 3.

Había feria en la ciudad. Los juegos pirotécnicos alumbraban las calles, deslumbraban a las personas y hacían ladrar a los perros. En la Plaza, tan solo a un costado de la Fuente, un teatro improvisado deleitaba al público con la historia favorita de todos: La Batalla del Templo. Aburrido por la temática, decidí mejor curiosear los puestos de comidas, las casas de apuesta improvisadas en una mesa y algún evento insignificante, los errantes terdolitas, pueblo errante y mágico que hacía acto de presencia en cada feria.

El ambiente era más tranquilo, alejado de las trompetas y tambores que musicalizaban la victoria del Mago Byren. Un olor a comida se expandía por la pequeña calle y las pocas personas que transitaban por ella le daban un color más humano al entorno. Compré sin mucho entusiasmo una empanada y me senté a comerla tranquilamente en una banca. Un farol lanzaba su luz amarilla, como una vela que se deja sola en una habitación totalmente a oscuras. La luz era del Templo de Elwing. Una flama imperecedera arde en uno de sus altares. Cada semana los monjes le recolectan y la reparten a los serenos para que la depositen en las farolas. Están prendidas siempre, de día y noche, pero nunca se extinguen antes de los siete días. Lejos de aquí, a tres días a caballo, una especie de ciudad invade el terreno verde. Extrañas carrozas de dimensiones titánicas, llamadas naves, vuelan por los aires e incluso se dicen salen de la tierra. Cosa extraña, en verdad pero una llama imperecedera también lo es.*[Ver nota al final]

Ahí, alimentando mi mente el crepitar de la pequeña llama, me sumergí en mis pensamientos.

Así que había regresado. Oskar Greyscare, el asesino de… Como sea, el muy hijo de puta ha cometido un error. ¿Acaso no has pensado, desgraciado, que me encontrarías? Por años he esperado este momento. Ahora se me da. La muerte del Mikakane, por muy último que fuera, ahora carece de significado. Tu raza maldita, Grayscare, se verá privada de alguien de… “categoría”… No, para mí no eres más que mierda. Desperdicios de la Creación, subproducto de las heces del mismo Demonio. Por muy Sangre Antigua que seas, no serás nada en cuanto te encuentre. No me asustan los sobrenombres de los tuyos. ¿Que puede hacer uno de los tuyos, contra quien porta una espada forjada milenios antes de la aparición de tu raza? ¿Qué puedes hacer tú, supuesto inmortal, contra mi, comprobado guerrero? Ya quiero verte. Ya quiero enfrentarte.

Con ira, cerré mis puños salpicándome de salsa de la empanda. Mis pensamientos cambiaron en un instante al notar salsa picante en mi ojo derecho. Me levanté de la banca lanzando un par de majaderías.

-¡Vaya enojo, amigo!

Levanté el rostro hacia la voz, cubriéndome el ojo con una mano. Una joven me miraba, sonriente y me tendía la mano, como mostrando algo. Segundos después, noté que me ofrecía un pañuelo para limpiarme.

-Gracias-musité

-De nada- respondió con una sonrisa. Sentí su mirada que vigilaba mi labor, luego de una pausa, añadió: -Mi nombre es Mitzela.

-Gracias- repetí devolviéndole el pañuelo.

Fue entonces cuando me fijé en ella. Ojos profundos y oscuros, piel tostada, casi como la mía, con unos labios carnosos en los que pasó una sola vez una la punta de una lengua rosada. Esbelta, de un cabellos que caía graciosamente por sus hombros, dejando un aroma muy singular….

-Lo siento señorita, pero debo retirarme- dije, al tiempo que hacía una breve reverencia y me alejaba de ella.

-No me has dicho tu nombre.

La ignoré. No estaba de humor para charlas. Lancé la estúpida empanada al primer depósito de basura y seguí mi camino. Ahora, la cuestión era buscar a ese vampiro. Si en verdad era de una raza superior, entonces debería rodearse de lujos y adornos. Todos los vampiros son idiotas, lo que llaman “amor al arte” no es más que una asquerosa muestra de su elitismo. Desgraciados. Se creen lo suficientemente superiores como para vivir normalmente, como cualquier otro. Son extremistas. Y, si son pobres, son escoria. No hay clase media. Y sí, un Sangre Antigua debe estar rodeado de riquezas y lujos…

-¡Acá joven, acá!- un hombre robusto me hizo una seña, distrayéndome –Por tres monedas puede ganarse hasta un candelabro de plata. Sólo tiene que clavar tres flechas en el aro… anímese.

Me detuve. El hombre me ofrecía un arco un tanto vulgar, de cazador. Detrás de él, una colección de muñecos, y objetos tentaban al osado cliente a probar suerte en ese juego. Para mi, era cosa fácil. Poseía un entrenamiento especial es cuanto a uso de arcos, lanzas y hasta hachas. Un par de metros más atrás, tres aros de distintos diámetros, y alineados de forma que mostraran su circunferencia, esperaban un participante. Avancé unos pasos, apartando a una curiosa y lancé las tres monedas.

-Si acierta al más grande-me explicó el hombre- te damos 5 puntos, diez por el mediano y veinte por el pequeño.-Casi era un insulto. Medio milímetro de diámetro a una distancia de cinco metros, contando el metro y medio de juguetes y el otro metro y medio que me separó de su tienda. –Si aciertas tres veces en el más pequeño, te llevas lo que quieras.

Tomé el arco con cierta presunción. En los exámenes de admisión a la Organización había obtenido un Sobresaliente en el uso del arco. Con cuidado, apunté al primer orificio. La flecha rasgó el aire con un silbido agudo, rozó la superficie del anillo, por un lado y entró. Animado, lancé la segunda flecha. Entró limpiamente, ocasionando un aplauso de un par de personas a mi lado. Cuando me incliné a tomar la tercera flecha, noté con cierto desconcierto que no estaba…

-Toma.

La chica que me había ofrecido el pañuelo tenía la flecha en su mano y me la ofrecía. Nunca me di cuenta cuando se había agachado para tomarla. Ella, sonreía. Con un movimiento de cabeza, y una tenue sonrisa tomé la saeta. Apunté por tercera vez al aro más pequeño y entró, chocando de nuevo con el metal y cantando cual toque de campana pequeña.

-¡Ganadooooor!- exclamó el hombre.

Me volví a Mitzaela, con un gesto de duda. Ella entendió mi gesto y, con el dedo, señaló un tigre de peluche que sobresalía sobre todos por tener sobre su cuello una especie de cascabel. Agradeciendo con una leve reverencia, tomó el premio de las toscas manos del dueño del juego y, sin más, con un ligero adiós con su mano derecha, se perdió entre la multitud y la noche.

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Hace referencia a la Estación Espacial Lon Lon. En unos textos que nunca serán publicados (a menos q me muera y lo haga alguien) los héroes del relato llegan al planeta Lux-Teotitlán, huyendo de la situación bélica en su planeta (aprox. año 2 de la guerra). Acuden al Templo de los Cuatro Sabios en busca de consejo, después de la masacre del mismo. Tienen participación en la una de las refriegas de la Batalla del Templo. Luego, venden sus naves en Lon Lon y se dirigen a su planeta a rescatar al general Olmedo xD. (En serio!). Este corto episodio (unas quince páginas, a lo mucho) inspiraría a Dasderf, los Cuentos de la Gran Guerrra, Elwinger y todas las referencias al mundo de Syaoran. Syaoran, los vampiros y esta historia por sí sola, que no tendrá relación con los personajes de las otras historias, mas que en cuestión histórico-geográfica, transcurre tres o cuatro años después de la Gran Guerra. (Cuentos a pedido. Mini novela únicamente bajo permiso. Atte: El Escritor.)

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