miércoles, 14 de septiembre de 2011

Farsa Histórica - Del juicio a Maximiliano

La siguiente historia NO ES REAL.

La carta que se exhibe hoy en el Archivo General de la Nación, y en la que el entonces Emperador Maximiliano I de México saludaba de manera un tanto atípica a Benito Juárez, tiene un sentido oculto que sólo los masones de elevados niveles pueden vislumbrar. Esto, podría explicar porqué Juárez accedería a las súplicas europeas y al final, detuviera la sentencia de muerte del trágico emperador. Juárez y Maximiliano, masones de la Logia de York, habrían tenido mejores razones, como se ha explicado arriba.

De aquí que Juárez llamara a la entonces dividida comunidad internacional a conformar una Asamblea que sometiera a juicio al de la casa de Habsburgo. De inmediato, los diferentes reinos europeos mandarían cartas y representantes a México con la intención de formar parte de la misma, fue el recién reinstaurado Congreso Mexicano quien al final, decidió el nombre de los doce representantes que formarían el jurado. Los ojos del mundo se volvieron a posar en el Continente Americano.

En noviembre de aquel año, los señores Futoshi Kawawuchi, del Japón; Valdomir Deventanov, de Rusia; Sri Sumbeeya Shiryki, de Camboya; Alí-Al Allahja, de Arabia; Yefste Itsûk, de Turquía; William van Greedun, de Holanda; Jules Mamulé, de Francia; Otto von Vangotten, del Imperio Austro-húngaro ; Crisóstomo Vallebueno, del Perú; Fernando do Soares Boeno, de Brasil; Timothy Denilson, de los Estados Unidos y Porfirio Díaz, de México, llegaron a la Ciudad de México para el célebre juicio.

Como es natural, Otto von Vangotten inició no bien hubo de abrirse la sesión a defender a capa y espada a Maximiliano. El juicio fue ríspido, pesado, cansado y maratónico. Al cabo de dos años vería su final, no sin antes las ya conocidas citas a Napoleón III y a la misma Carlota, sin olvidar a varios políticos mexicanos que en una semana fueron declarados culpables de traicionar a la Patria y fusilados todos en santa paz, sin que nadie se lamentara por ellos.

Fue el señor Devetanov quien urgió que el juicio se extendiera a la figura de Napoleón III, el tema fue discutido con cautela, pues los representantes europeos se preocupaban por la reacción de Francia. Para cuando estalló el descontento en el país galo, el mismo Mamulé defendió la teoría y el monarca francés se vio obligado a encaminarse a México. Las crónicas francesas describen a una multitud enardecida que lanzaba insultos a su gobernante mientras abordaba el barco que lo llevaría a América.

Al final, Maximiliano fue encontrado culpable de tres de los cuatro principales cargos de que se le acusaban. Pudo, sin embargo, pagar una fianza y fue desterrado hacia su patria. Para su desgracia, su barco naufragaría en costas africanas y encontraría la muerte a manos de una tribu local. Napoleón III fue encontrado culpable de los cinco cargos de que se le acusaba, como es sabido murió ante una enorme cantidad de curiosos un sábado a las seis de la mañana, frente a la Catedral Metropolitana. Carlota murió a mitad del juicio, aquejada de una gripe que, dicen, le provocaron unos panqués envenenados con toloache por un brujo de Catemaco.

Así cayó la noche, en el Segundo Imperio Mexicano.

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