jueves, 10 de octubre de 2013

Sueño III

Este poema intenta condensar en sus pocas líneas un sueño. Dormir es un placer: «Al que velando el bien nunca se ofrece, / quizá que el sueño le dará durmiendo / algún placer, que presto desfallece; / en tus manos ¡o sueño! me encomiendo.» dice Gracilaso en su Égloga Segunda. Y sí. Es el sueño un recurso válido para sonreír, para elevar las plegarias a lugares antes jamás esperados. Sueños, pedazos –acaso- de nubes, de lágrimas y de sonrisas. De todo.

Quizá la poesía sea el elemento alquímico que falte. La piedra filosofal de un deseo de suaves latidos, de sutiles perfumes; fórmula que capture el precioso instante de tu invaluable sonrisa.


Te ibas, te perdías;
ahogabas aquel universo
de blanco y negro
en colores parcos, no estabas.


-Y yo, y tú,
figuras opacas-


Pero seguí la sombra
(o quizá tu aroma,
o tu sonrisa).
Figuras iguales
se esfumaban.


Hasta que pronuncié tu nombre.


Y ahí estabas.
El abrazo.
No nos dejemos.
Ahí, se dijo.
Incendio de colores.

Beso, el sello.

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