Este poema intenta condensar en
sus pocas líneas un sueño. Dormir es un placer: «Al que velando el bien nunca
se ofrece, / quizá que el sueño le dará durmiendo / algún placer, que presto
desfallece; / en tus manos ¡o sueño! me encomiendo.» dice Gracilaso en su Égloga Segunda. Y sí. Es el sueño un recurso válido para sonreír, para elevar las
plegarias a lugares antes jamás esperados. Sueños, pedazos –acaso- de nubes, de
lágrimas y de sonrisas. De todo.
Quizá la poesía sea el elemento
alquímico que falte. La piedra filosofal de un deseo de suaves latidos, de
sutiles perfumes; fórmula que capture el precioso instante de tu invaluable
sonrisa.
Te ibas, te perdías;
ahogabas aquel universo
de blanco y negro
en colores parcos, no estabas.
-Y yo, y tú,
figuras opacas-
Pero seguí la sombra
(o quizá tu aroma,
o tu sonrisa).
Figuras iguales
se esfumaban.
Hasta que pronuncié tu nombre.
Y ahí estabas.
El abrazo.
No nos dejemos.
Ahí, se dijo.
Incendio de colores.
Beso, el sello.
Me encanta leerte!!!!
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