Hay una escapatoria,
se llama sueño.
Ahí visto de plata;
porto un estandarte que presume la luna
y dos o tres estrellas.
Acaricia un sol inofensivo,
jardines que me son familiares,
el apartamento número cuatro donde duermes.
Sin preguntas, sin más, sin nada que estorbe.
Es mi sueño.
A veces ni siquiera allí brota la palabra
amor
de mis labios.
Pero te abrazo,
y algo del color de la valentía
me inunda y sé que sabes que estás segura
de los miedos y de las lágrimas;
sé que sabes
qué hay detrás de mis suspiros.
Allá, en el nebuloso mundo de la breve muerte,
doy definitiva a la sombra que apaga tus estrellas.
En silencio acepto mi papel de ángel negro,
de calamidad,
de contradicción,
de corrupción definitiva:
mancho esa argentina envestidura
y soy señalado por los Arcanos de mi mundo.
No importa. Sonríes.
Seré expulsado del hipócrita Consejo Plateado,
pero sella tu beso mi íntimo delito.
Despierto, aferrado a mi utopía.
No soy la Plata. No soy la idealización.
Soy yo.
Saboreando los últimos trazos
de ese bendito sueño.
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