jueves, 10 de abril de 2014

A la memoria de don J. O.



Cuando supe que vivían,
con aroma patriarcal,
aquellas memorias,
ya era demasiado tarde.
Años antes el otoño había llenado
los párpados de la juvenil jacaranda
y ya triste su invierno
de cabello cano en piel tostada
las arrugas -lágrimas no derramadas-
profundas delataban.

Un silencio de soledad
le había coronado: era un busto de bronce,
era una camino ya andado,
era un recuerdo tatuado en el instante,
la marca en el tronco lejano de aquel viaje,
era el reflejo de mi imagen:
seré lo que él fue antes.

Dentro suyo había un torrente
de sueños, río incontinente
olvidado, con él muere;
él tuvo para mí dos muertes:
la que consumió la triste carne
y los recuerdos de lo que fue antes.
 
Heme aquí.
Losa blanca tu nombre presume
apellido digno entre olvidadas tumbas
sin flores ni incienso que le perfumen.
Quisiera, sabes, tallar magia en la piedra,
quebrar la mía que el miedo labra;
abrir los brazos a tu memoria andante
y escribir con tus recuerdos,
memorias que de ti hablen.

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