Cuando supe que
vivían,
con aroma patriarcal,
aquellas memorias,
ya era demasiado
tarde.
Años antes el otoño
había llenado
los párpados de la
juvenil jacaranda
y ya triste su
invierno
de cabello cano en
piel tostada
las arrugas -lágrimas
no derramadas-
profundas delataban.
Un silencio de
soledad
le había coronado:
era un busto de bronce,
era una camino ya
andado,
era un recuerdo
tatuado en el instante,
la marca en el tronco
lejano de aquel viaje,
era el reflejo de mi
imagen:
seré lo que él fue
antes.
Dentro suyo había un
torrente
de sueños, río
incontinente
olvidado, con él
muere;
él tuvo para mí dos
muertes:
la que consumió la
triste carne
y los recuerdos de lo que fue antes.
Heme aquí.
Losa blanca tu nombre
presume
apellido digno entre
olvidadas tumbas
sin flores ni
incienso que le perfumen.
Quisiera, sabes,
tallar magia en la piedra,
quebrar la mía que el
miedo labra;
abrir los brazos a tu
memoria andante
y escribir con tus
recuerdos,
memorias que de ti
hablen.
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