Dime si la aureola de tu brillo no es
importunada por las petulantes sugerencias de otros autonombrados soles que te
quieren seducir. Dime si no evades tímida su órbita, tú demasiado noble para
violar los principios newtonianos de la cortesía. Dime si no desearías dejar de
correr, precipitada por la gravedad ineludible; dime si no quisieras descansar,
reposar y dejar que tu polvo descienda lentamente como quien llora agradecido
la paz. Dime si no quisieras ser una estrella fija que alimenta y se alimenta
de sus hermanas, que alumbra y es alumbrada por un nauta —bella palabra— que se
enamoró de tu luz. Dime si no quisieras cerrar los ojos y dejar que pisara tu
celeste cuerpo la mirada de quien te observa apenado de verte, de quien te besa
en silencio y despacio en garabatos que traza en las nubes, pensándote. Dime si
no quisieras acostarte y ver pasar en el cielo los símbolos astrológicos que
unan tu nombre con el de quien se arrima quedito a tu fulgor.
Viajé
desde el centro de un infierno de adjetivos impronunciables, de un calor sin
sol, de un frío sin luna. Viajé cerrando los ojos y esparciendo brochazos
negros a mis pies, deseando caer y ser parte de los condenados aderezados de
cobardía. Viajé en lenguas desconocidas por el corrupto latido de mi corazón
envenenado, por dialectos y acentos ajenos que coronaran el pecado de
desaparecer cuando la guerra no había terminado. Viajé lejos de la espada, el
escudo, de mi filosofía bélica y dejé un beso a medias, un beso de buenas
noches, puedes dormir ya. Viajé y miré a los cielos y vi luz; recordé.
Dime si no quisieras que el paraíso se colmara
de flores sonrojadas de tanta poesía. Dime si no quisieras leer el mismo el
libro a la sombra del mismo árbol. Dime si no quisieras la idealización de dos
rimas, de dos sueños, de dos rumbos que se hacen uno y se confunden porque
apuntan hacia la misma dirección. Dime si el camino que traza el ángel
desconocido no unió ya tu órbita con la errante vía del navegante agradecido de
encontrarte. Dime si allá en el Cielo, Dios no ha tallado ya en la piedra
inamovible, los nombres que se habían estado esperando…
Dime, dime sí.
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