miércoles, 17 de septiembre de 2014

Dime

Dime si la aureola de tu brillo no es importunada por las petulantes sugerencias de otros autonombrados soles que te quieren seducir. Dime si no evades tímida su órbita, tú demasiado noble para violar los principios newtonianos de la cortesía. Dime si no desearías dejar de correr, precipitada por la gravedad ineludible; dime si no quisieras descansar, reposar y dejar que tu polvo descienda lentamente como quien llora agradecido la paz. Dime si no quisieras ser una estrella fija que alimenta y se alimenta de sus hermanas, que alumbra y es alumbrada por un nauta —bella palabra— que se enamoró de tu luz. Dime si no quisieras cerrar los ojos y dejar que pisara tu celeste cuerpo la mirada de quien te observa apenado de verte, de quien te besa en silencio y despacio en garabatos que traza en las nubes, pensándote. Dime si no quisieras acostarte y ver pasar en el cielo los símbolos astrológicos que unan tu nombre con el de quien se arrima quedito a tu fulgor.

Viajé desde el centro de un infierno de adjetivos impronunciables, de un calor sin sol, de un frío sin luna. Viajé cerrando los ojos y esparciendo brochazos negros a mis pies, deseando caer y ser parte de los condenados aderezados de cobardía. Viajé en lenguas desconocidas por el corrupto latido de mi corazón envenenado, por dialectos y acentos ajenos que coronaran el pecado de desaparecer cuando la guerra no había terminado. Viajé lejos de la espada, el escudo, de mi filosofía bélica y dejé un beso a medias, un beso de buenas noches, puedes dormir ya. Viajé y miré a los cielos y vi luz; recordé.

Dime si no quisieras que el paraíso se colmara de flores sonrojadas de tanta poesía. Dime si no quisieras leer el mismo el libro a la sombra del mismo árbol. Dime si no quisieras la idealización de dos rimas, de dos sueños, de dos rumbos que se hacen uno y se confunden porque apuntan hacia la misma dirección. Dime si el camino que traza el ángel desconocido no unió ya tu órbita con la errante vía del navegante agradecido de encontrarte. Dime si allá en el Cielo, Dios no ha tallado ya en la piedra inamovible, los nombres que se habían estado esperando…


Dime, dime sí. 

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