jueves, 11 de diciembre de 2014

La guerra ha terminado

“No entres”, le dijo, y él se detuvo en seco, no tanto por la orden, sino por la dulzura con que le fue dicha. Detrás suyo aún humeaban las últimas posiciones que el enemigo había colocado a modo de defensa. La noche caía, obviamente, como caen las noches de diciembre: frías y melancólicas.

Ella se incorporó del diván donde leía un libro. La pasta de un azul oscuro, brilló más que las letras áureas que delataban el título. La seda esmeralda de su vestido se deslizó como un susurro, acompañando los pasos que le separaban de él. Coronaba sus sienes una tiara estrellada color plata; una sonrisa triste acentuada por los aladares de su cabello condensaba un mar de sílabas y palabras que no se dirán ya nunca.

“No entres”, repitió, y lanzó un vistazo perdido a la ventana. El magnífico palacio callaba, las sombras se habían ido pero la luz que la noche proyectaba no era la de la luna. Él envainó la espada y ocultó la mágica armadura que generaciones más dignas le habían heredado. Un aroma desconocido le trazaba invisibles símbolos para su lira. Él supo que no debía cruzar el umbral; que camino al aposento, mientras libraba la eterna batalla contra sí mismo, ya estaba escrito el desenlace de su historia.

“No entres”, eso decía y lo supo hasta entonces, hasta el final, cuando todas las piezas al fin habían encajado. Ella se llevó las manos a la cabeza y retiró con solemnidad la corona de plata. Sus cabellos ocultaron el rostro: él juraría que ocultaban una lágrima. De sus manos, él recibió la corona preciada. Todo le dolió entonces, todas las heridas insignificantes que hasta entonces había orgulloso mostrado, se precipitaron en un solo punto que se quebró al primer latido. Sin la tiara, ella sólo parecía más bella; más bella con esa sonrisa triste que, en cambio, conservaba una cosa: el recuerdo de un poema.


Él dio un paso atrás, rechazando el beso que se hubiese plantado en la mejilla. Con una profunda reverencia, saludó por última vez a la princesa y bajó los dos tramos de catorce escaleras hasta llegar al punto de inicio. Cayó de rodillas. Se apagaban las luces del cielo. La guerra había terminado.


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