lunes, 24 de agosto de 2009

El guerrero perefcto.

Soy el guerrero perfecto. Siempre lo he sido. Mis tácticas fueron las mejores, sin dicusión. Envolví e inventé los pasos que me llevaban poco a poco al objetivo. Eliminaba, sutilmente, con el leve roce de un frágil cristal a mis enemigos. Uno a uno caían, rendidos, alejándose. Huyendo de mi invisible presencia, de mi insepurable poder que los dioses me habían conferido. 
Era como una sombra, que se arrojaba en su presa, sin dañarla. Sin tocarla, sin asustarla. Segundo a segundo respiraba tras ella, sin que lo notara. Siempre al acecho, siempre cuidando todos los frentes, siempre seduciendo. Y, al final, me alcé glorioso con la victoria. El fuerte estaba tomado. Planté enérgico y ruidoso mi bandera, mostrando con orgullo mi emblema ondeando poderoso en lo más alto de la fortaleza. y fui recibido como un héroe agradecido, un salvador, el únco que había sido capaz de romper el cerco, sujetar al tesoro y salvarlo del pozo donde se ahogaría. 
Fui perfecto durante mucho tiempo. Libré y eliminé obstáculos, imponía mi dulce dominio sobre todos los asaltantes. Arremetía con furia ante los agresores... y el tesoro se acobijaba bajo mi potente brazo, bajo mi corazón envalentonado, bajo la salvación que yo le había dado. Fueron tiempos maravillosos. Todo crecía y se magnificaba, todo se revolucionaba, todo era perfecto.
Hasta que cayó una sombra que no conocía. Una sombra que me ató, me dominó, me sujetó a su voluntad. Luché, y poco a poco fui venciendo. 
Y me di cuenta del horror. El tesoro había emigrado.
Dejé de ser perfecto. No lo era, nunca lo fui, de hecho. Toda la ilusión depedazada por el horror, por las lágrimas. A mis pies yacía algo palpitante, sangrante y depedazado. No, no era perfecto, había fallado en una sola cosa. La más importante, quizá. Y murmuré, al cielo nublado que amenazaba una lluvia de pena y lágrimas.
—Perdona por no haber estado ahí, cuando más lo necesitabas.

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