martes, 19 de abril de 2011

"Farsa histórica" -De la fallida conquista del Imperio Mexicano-

ATENCIÓN: El siguiente texto es meramente recreativo y no cuenta, salvo la fecha de la batalla de la "Noche Triste", alguna situación histórica real. Los nombres de lugares y dioses son reales, pero no de las personas ni sus acciones. El ejercicio literario plantea jugar con la Historia y contarla con el famoso "hubiera".  Queda advertido el amable lector.



Las golpeadas huestes de don Hernando de Cortés, tras la batalla del 30 de junio de 1520, relamían sus heridas en Tlacopan, actual Tacuba. El horror de la previa lucha, aún resonaba en los ánimos de los peninsulares y sus aliados, que, entre ellos, hablaban preocupados sobre la situación. Al tiempo que el capitán Cortés se lamentaba con sus oficiales, los guerreros tlaxcaltecas platicaban entre sí, preocupados. El odio hacia la nación mexihca era grande, pero más de uno se preguntaba si aquellos hombres blancos, sucios y que aparentaban más de lo que eran, podrían ser mejores que los aztecas. Para uno de los generales, Tlilcóatl, quedaba muy claro que los tlaxcaltecas no eran más que la herramienta de un brazo sediento de poder, ambicioso, que no se detendría hasta consumir en fuego no sólo a la gran Tenochtitlán, sino también a toda la raza nahua. Fue en esa noche, mientras los españoles dormían, cuando se reunió con los otros generales.


Afuera, los centinelas españoles y sus aliados nunca sospecharon el motivo de la reunión. Más de un europeo pensó que podría ser un ritual “demoníaco”. Y aunque las crónicas y las cartas enviadas al Rey por parte de Cortés pintaban a todos los peninsulares como unos verdaderos hijodalgos, la verdad distaba mucho de las letras. Por muy cristianos que fueran, no iban a entrometerse en ésas cosas, quizás más por el irracional miedo medieval inculcado o simplemente porque no era tema de su incumbencia. Así las cosas, los generales pudieron hablar tranquilamente entre sí. El murmullo de las fogatas, los animales, el lago no muy lejano armonizaban la charla, como si a los dioses les fuera grato el tema que se tocaba.

Fue cuando se consumó la traición. Tlilcóatl pasará a la Historia como el unificador de las naciones nahuas y manda mensajeros al ejército mexihca, que se acerca ya al campamento invasor. Logra convencer, como convenció a los demás generales, a los guerreros mexihca y consuma la alianza. Cuitláhuac, el emperador, esa misma noche se congratula y hace más: envía a los veloces tamemes a los demás reinos, esta vez con un pacto de alianza y no de sumisión. Las palabras del Tilcóatl han sido escritas y leídas ante los gobernantes. Un discurso patriótico que a la fecha se ha perdido y que sirvió para incluso unir a los reinos mayas, ya en decadencia, pero que también habían sufrido a manos de los españoles.

Los cuales, hasta este punto, horrorizados por la deserción en masa de sus antiguos aliados, se habían replegado de pronto en Veracruz, todavía sin ánimos de regresarse a casa. Cortés, confiado en su carisma, y al mismo tiempo inseguro, enviaría cartas a España y representantes al monstruoso ejército de nahuas que estaba a punto de entrar de nuevo en batalla. La carta, llegó demasiado tarde. El Real Museo de Historia en Madrid, recoge las desesperadas palabras del capitán español: “[…] son los naturales desta tierra gente de mal y traidora, que estando aliados con los cristianos, movióles a traicionar la Santa Cruz y hoy tienen grandísimo ejército que dispone a atacarnos en este puerto de la Vera Cruz. Grande susto hemos llevado y lágrimas acuden a vuestro servidor ahora, mientras escribe estas líneas

Cayeron sobre ellos el 9 de julio. Los pocos españoles que zarparon, como emisarios, encontraron al volver a puerto mexicano las huellas de la derrota española. Cortés había sido llevado con gran júbilo hasta el Gran Teocalli, donde su corazón fue alimento de Huitzilopochtli y su sangre untada en su temible efigie. Incapaces de costear una conquista así, los recién desembarcados escaparon a otra batalla que resultó más costosa, pues sólo una nave regresó a España de las cinco que habían zarpado.

Cuitláhuac había muerto por la epidemia de viruela, pero Cuauhtémoc supo tomar el mando de manera inteligente. Extendió las alianzas a los pueblos del norte y del sureste e inició en todas las ciudades construcciones para que fueran similares en belleza y perfección a la Mexihco-Tenoctitlán. Sabios hombres estudiaron las naves y aparatos que los españoles trajeron de su fallida odisea y los sacerdotes reinterpretaron la profecía del retorno de Quetzalcóatl.

En 1632, una nueva expedición importante pisó tierras mexicanas (pequeñas expediciones como la de la Florida, habían fracasado), y se encontraron con un extraño escenario. Tecnología europea en costumbres, edificios, comida, lengua y religión nativa. Terminaron por establecer alianzas comerciales, a pesar de los reclamos de los ingleses, cuya colonia ya tenía firmes relaciones con nuestra nación. Al final, las costumbres europeas fueron asimiladas lentamente por las nativas y México fue ejemplo de la formación, allá en los 1770s, de la nueva nación independizada del Imperio Británico.

En 1814, el afamado escritor yucateco Balam Ka’apup escribía: “Hay que honrar la memoria del padre de la Patria. El general tlaxcalteca Tlilcóatl no sólo dio a esta bella tierra el estatus de nación. Dio a todos los hombres del mundo la valiosa lección de la unión, sin la cual, nuestro Quinto Sol se pagaría y perdería en las cloacas de un dominio social, militar, político y hasta económico, ajeno a nuestro corazón

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